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Era un hombre de traje y corbata. Ojos azul acero, penetrantes. Apariencia. Forzosamente elegante podríamos decir. Se llamaba Rafael Pérez Estrada. Ayer la ciudad le ... dedicó la noche. A la entrada de la calle Larios había un puesto de nubes perezestradinas. Un poco más allá está su paloma con la palma de la mano siempre abierta. Los turistas se fotografían a su lado, pensando en una paloma de Picasso. Algún malagueño también lo creerá. Para muchos malagueños que anoche circulaban por la ciudad ávidos de cultura nocturna, es decir, de un poco de parranda con esmalte de ilustración, Pérez Estrada debe de ser una especie de misterio del pasado. Uno de esos nombres que se van anclando a la ciudad sin que se sepa a ciencia cierta dónde están sus raíces.
Las de Pérez Estrada, además de en las estrellas y en la imaginación desbordada de las nubes callejeras, están en las tripas de esta ciudad. De la parte con lustre. La de los nombres de siempre. Con esa estirpe ironizaba él, por ejemplo, en una de esas recepciones literarias del 23 de abril en el Palacio Real. «Pérez, de los Pérez de Málaga», se presentaba estrechando la mano ceremoniosamente a algún desconocido después de haberle comentado al rey Juan Carlos: «¿No podría quedarme aquí unos meses con derecho a cocina, señor?». Subversivo.
También subvirtió la literatura. Le daba la vuelta a lo que tocaba. Escribió fuera de los géneros convenidos. Destinado a minorías. Poeta que escribió pocos versos. Creador de aforismos sin pretenderlo. Autor de microrrelatos antes de que nadie hablase de microrrelatos. Dramaturgo con actores bajados del cielo. Pintor, dibujante. La Virgen María leyendo el 'ABC' en la cama, quizás después del desayuno. En la ciudad hay una calle con un árbol en medio y con un solo número postal, y esa es su calle. Desemboca al mar. Como los ríos y la vida, según Manrique. Algunos amigos desembocamos en la bahía Pérez Estrada. Afluentes, o ríos profundos de aguas muy distintas a las suyas, provenientes de laderas malagueñas, con bastante menos lustre y pedigrí. Pero el milagro se obraba cada día. Y el carburante de las imaginaciones, las fraternidades y la camaradería ignoraba la eterna competición olímpica de los plumíferos.
Y tuvimos muchas noches y días, nunca en blanco, eso sí. Siempre plagados de inventos maravillosos e inútiles. Los felixbayones, los ballesteros, garcíabaenas, díazpardos, juvenales y bilmores trasatlánticos. Espadachines en aquel club de corazones solitarios por una vez apaciguados. Anoche, como hace veinticinco años, su nombre y su sombra anduvieron por la boca y las aceras de los malagueños. Otra vez, Rafael.
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