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No era, ni de lejos, esa la vida que había pensado vivir cuando María se mudó desde Marruecos hasta Granada para estudiar en la universidad. ... Allí cursó nada menos que Ingeniería Informática. Estudió duro y vivió más o menos bien, no lo dice pero hay cosas que se notan, gracias a una suerte de beca en forma de herencia de sus padres. Terminó la carrera, consiguió su título y habría sido una trabajadora sin duda cotizada en el Parque Tecnológico de Málaga, pues a los que tienen esa formación prácticamente se los rifan en las empresas.
Por alguna razón que no termina de aclarar, se volvió a su país con la familia que le quedaba, pues había perdido a su padre. Y esa fue su perdición. A partir de ese momento, su relato se vuelve más oscuro y críptico, continuamente al borde de las lágrimas. Así describe un ambiente irrespirable, en un entorno demasiado tradicional y apagado a la religión, donde como mujer le deparaba un papel ínfimo, «poco más que una mula», según sus propias palabras.
Pero ella estaba formada, tenía una carrera y era consciente de su valía, y no se resignaba a ser un cero a la izquierda en la sociedad. Ahí empezó a complicarse todo. En el puzle faltan muchas piezas para recomponer su triste historia, como si tuvo alguna vez trabajo como ingeniera; quizás un hogar y una pareja. Pero ella sólo acierta a hablar del dolor y el sufrimiento que, de forma evidente, le han marcado la salud. Todavía es joven aunque no hay que ser psicólogo para saber que padece una depresión muy profunda. Pero a la vez, no muestra síntomas aparentes de adicciones. Ahora, se busca la vida mendigando en Torremolinos, y así saca lo suficiente para comer. Además, es lista y ya se ha buscado la vida para acceder a una ayuda social, posiblemente con el asesoramiento de los Servicios Sociales del Ayuntamiento. Ojalá tenga suerte y consiga alquilar una habitación.
Conocer a María me ha dejado dos reflexiones que quiero compartir con ustedes. La primera es que, por muy seguros que nos sintamos en nuestras vidas, con nuestros trabajos, familias y amigos, nadie es inmune a una mala pasada de la suerte, que lo deje de la noche a la mañana durmiendo en un banco del aeropuerto, y eso que no es el peor sitio posible. Y la segunda es que como sociedad necesitamos dotarnos de los recursos básicos para hacer de red de apoyo, y que algunas personas que lo han perdido todo, si es su elección, puedan volver a reinsertarse en la sociedad. Una segunda oportunidad para los que no era esa vida la que hubieran elegido vivir...
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