Ha dicho un familiar de Blanca Fernández Ochoa que alguna vez le dijo sentirse como «un caballo de carreras abandonado en el campo al no ... poder competir». Debió ser tristísimo para la mejor esquiadora española de todos los tiempos esa sensación de desamparo, de invisibilidad, después de haber alcanzado lo mas alto, de llevar de nuevo su apellido al cetro olímpico y de haber representado a su país con orgullo, sacrificio y esfuerzo.
No es el primer caso ni será el último de una deportista perdida en el tiempo después, aparentemente sin saber a dónde ir y, es su caso, por qué pista bajar. Los deportistas de élite están toda su vida compitiendo al máximo nivel, cada día, cada entrenamiento, cada prueba es un reto extenuante, como una subida al Everest. Y después, cuando todo eso se acaba, no hay Everest, ni siquiera puerto base. Sólo abismo. No hay objetivos, o cuesta encontrarlos, los retos se desvanecen y la vida, para muchos, entra en una calma chicha insoportable. Hay para quienes la vida es una sucesión de horizontes, de anhelos, de una competición con uno mismo que le mantiene vivo. Y hay quienes no pueden reinventarse, sobre todo cuando el peso de lo que fue, del éxito pretérito, es muy pesado.
El deporte es hoy por hoy no sólo la mejor herramienta educativa, sino una extraordinaria marca de país. No se me ocurre nada que haya aportado tanto a España como las hazañas deportivas. Temperamento, esfuerzo, sacrificio, tesón, entrega, talento, generosidad, deportividad, disciplina, trabajo en equipo, ilusión, imaginación, creatividad... Todas esas virtudes las representan de alguna u otra forma Rafa Nadal, Marc Márquez, los hermanos Gasol, Carolina Marín, Mireia Belmonte, Teresa Perales o Lydia Valentín. Como hace años lo fueron Manolo Santana, Ángel Nieto, Paquito Fernández Ochoa, Severiano Ballesteros o la propia Blanca.
De sus éxitos no sólo se colgaron medallas, sino imágenes, recepciones y fotos con las autoridades de cada tiempo.
Y con ello quiero decir que un país debe ser generoso con sus héroes deportivos, encumbrarlos en el éxito y sostenerlos en el declive personal, deportivo o emocional. Cada cabeza es un universo y cada persona gestiona y asimila su entorno de una forma. No es cuestión de buscar culpables, ni de hallar culpas, pero sí es un buen momento para recapacitar sobre la cantidad de juguetes rotos que el éxito, a veces efímero, deja por el camino después de un esfuerzo descomunal durante su vida deportiva. Por ello, desde aquí, sea como fuere y sea lo que haya sido, la admiración hacia Blanca Fernández Ochoa y hacia todas las que, como ella, puedan sentirse alguna vez abandonadas.
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