Somos un país manso. Muy manso, diría yo. Aquí viene un tipo como Cristiano Ronaldo, nos sopla seis millones de euros al Fisco, le cae ... una condena de 23 meses de prisión y 18 millones de pavos de multa y, oye, salimos a la puerta del juzgado a recibirlo con vítores y a pedirle autógrafos. Claro que sí, hombre. Sin embargo, que no se suene un cómico la napia con la rojigualda que nos enojamos con la furia del Larios-Cola que nos sirven en la barra del bar. Porque aquí somos poco de ponderar; para eso hacen falta matices y eso lo da la amplitud de miras, la profundidad de campo de la lectura y los viajes. Y para qué movernos del sofá si entre María del Monte, Belén Esteban, el Twitter y los mamarrachos de GH ya nos van proporcionando las referencias, la línea de fuga donde se pierde nuestra pobre perspectiva.
Y así, por ejemplo, uno asiste al doble espectáculo que esta semana pasada ha dado Santiago Abascal: de un lado, esa esperpéntica rueda de prensa en la que el líder de Vox, representante de un partido nacional que pretende influir en las políticas de Estado, es incapaz de explicar su posición sobre cinco cuestiones básicas de actualidad y a lo único que sabe responder es a un «Viva España», estimulado hábilmente por el periodista. De chiste.
De otra, la petición de reprobación a la flamante consejera de la Junta Rocío Ruiz por un artículo de 2013 en el que criticaba la Semana Santa por algo que todos sabemos, incluso los que nos ponemos cada mes de abril bajo un varal: la necesidad de desprenderse de la huella rancia que parte del mundo cofrade sigue desprendiendo a menudo. Y, tras Abascal, claro, la previsible turba de ofendidísimos, dispuestos a sacudir sin piedad a la consejera, «no nos vaya usted a tocar la Semana Santa».
Quizá buena parte de todo esto está en ese informe según el cual el 40% de los españoles no ha abierto un libro en su vida aunque, eso sí, para la lapidación pública somos los primeros. Nos faltan piernas para llegar ante el cadalso armados con piedras contra el primero que nos señalen. Qué paradoja, nosotros, que por no leer no leemos ni la Biblia.
Aquí somos muy de doma y dogma, de que nos manipulen y nos impongan. Preferimos pensar poco y obedecer mucho, aunque luego para el cacareo vayamos de independientes y libres sin complejos. Por eso, quizá en nuestra Historia conviven por contraste la bravuconada del 'No pasarán' en un Madrid del 39 que ya estaba perdido o el mantra sumiso del 'Vivan las caenas' para aclamar a Fernando VII y su regreso a cercenarnos todas las libertades posibles. Y así nos va. Mansos de pan, toros, circo y fútbol. Mucho fútbol.
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