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A María Jesús Montero le bastaron 42 minutos para demostrar la lógica del reemplazo de Juan Espadas, un secretario general del PSOE de Andalucía y ... candidato a la Junta voluntarioso pero falto del carisma y energía que necesita un partido que lleva años llorando por las esquinas y lamiéndose las heridas tras el batacazo de Susana Díaz y la proclamación de Juanma Moreno Bonilla como presidente de la Junta el 16 de enero de 2019. Atrás quedaron 36 años y ocho meses de gobierno socialista en el Palacio de San Telmo. Desde entonces, el PSOE-A ha deambulado como alma en pena por la región, con la consiguiente pérdida de poder institucional en muchísimos ayuntamientos y diputaciones.
Y Montero, la mano derecha de Pedro Sánchez, llegó a Sevilla esta semana con el encargo de insuflar ánimos a un partido desnortado. Lo hizo con un discurso brillante para su parroquia, con seguridad y, sobre todo, energía. Vuelve a su tierra para agitar a la bases. Quizá sin darse cuenta, deslizó durante su intervención el diagnóstico del PSOE-A: «Hay que recuperar la autoestima de partido y reconectar con los andaluces». Fueron esa desconexión y esa falta de autoestima las que llevaron a Pedro Sánchez a fulminar a Espadas.
No cabe duda de que Montero tiene autoridad, carisma y energía entre los suyos, pero tiene ante sí una misión muy difícil. Y no sólo por la consistencia actual de Juanma Moreno y del PP en Andalucía. La que será con absoluta seguridad la nueva secretaria general de los socialistas andaluces –fruto de un dedazo de Sánchez similar a los de Aznar en sus tiempos– tiene varios obstáculos. El primero de ellos, y quizá el de efectos más impredecibles, es su apoyo determinante a la financiación singular y privilegiada de Cataluña en detrimento de comunidades como la andaluza. Además, representa al 'sanchismo' en Andalucía y eso, reconozcámoslo, tendrá también unas consecuencias imprevisibles. El PSOE lo juega todo al número de Pedro Sánchez. Y eso, a estas alturas, no se sabe si es o no una jugada ganadora.
Otro de los grandes problemas de Montero en su nueva misión es que representa parte de lo que fueron esos 36 años y ocho meses de gobierno socialista en la Junta. Para bien y para mal. Cuando dice, para criticar a Juanma Moreno, que Andalucía está a la cola del PIB per cápita o de las listas de espera en Sanidad no hace más que retrotraerse a la etapa socialista. Y eso será un lastre para ella, más aún por la retahíla de cargos socialistas condenados y que estuvieron o están en prisión por la corrupción de aquella etapa.
Pero en Moncloa y Ferraz saben que todo eso es secundario y que frente al dato siempre hay un relato alternativo. Siempre funciona apelar a las tripas, a la emoción, a lo tribal. Y por eso Montero, en su discurso en Sevilla, desplegó la típica colección de estereotipos que, sinceramente, a muchos nos parecen superados y cargados de naftalina pero que aún tienen mucha eficacia en la construcción de ese relato. Montero habló de una Andalucía resignada, abanderó el «No pasarán», apeló a la Andalucía libre, reivindicó al PSOE como único partido que defiende a la clase media –eso, hablando del PSOE o de cualquier gobierno en España suena a chiste–, habló de la lucha entre ricos y pobres, de la honestidad socialista y culminó puño en alto al grito de «Hasta la victoria siempre», esa frase acuñada por el Ché Guevara y convertida en mantra socialista a nivel internacional.
Pero Montero sabe en qué terreno juega y lo que sus bases quieren escuchar. Ella, a sus 58 años, reconoce que su proyecto vital está marcado por «la alegría como destino», esos versos de Mario Benedetti que sirvieron también a aquella Plataforma de Apoyo a Zapatero (PAZ) que se distinguía por el gesto de la ceja. Son elementos comunes de un socialismo que pervive confundido entre el 'sanchismo' y que ahora quiere dar el 'sorpasso' en Andalucía. «Vengo a ganar», dice ella.
Se avecinan tiempos de confrontación en Andalucía en la lucha por el poder y, lo que es peor, la tentación de la confrontación. No sé qué Andalucía se ve desde Madrid, pero tiene poco que ver con la que se describió esta semana en Sevilla. Sería absurdo y temerario intentar recurrir a los tópicos de la Andalucía resignada, oprimida y falta de orgullo. Esa Andalucía no es la Andalucía de hoy.
Andalucía necesita partidos políticos fuertes y comprometidos con el territorio y con la sociedad, capaces de plantar cara en Madrid. Ese es el mejor relato posible. Y eso es lo que tendrá que demostrar María Jesús Montero. Porque, como decía el propio Benedetti, hay que «defender la alegría como una certeza, defenderla del óxido y la roña, de la famosa pátina del tiempo, del relente y del oportunismo».
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