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Nada hacía presagiar aquel 4 de mayo de 2000, cuando el torbellino Villalobos le cedía el bastón de mando al entonces concejal de Urbanismo, Paco de la Torre, que aquel hombre de aspecto adusto, trato cordial e imagen gris estaría 25 años en el cargo y se ganaría para muchos la condición de mejor alcalde de la historia de Málaga. Porque sí, ese edil que entró en la lista del PP como independiente de la mano de Celia Villalobos era un hombre abnegado y trabajador, con poca proyección social, que había dedicado casi toda su vida a la política, desde que entró como concejal con el alcalde franquista Cayetano Utrera Rabasa y a los pocos días fuese designado presidente de la Diputación Provincial. Tras la muerte del dictador fundó y presidió el Partido Andaluz Socialdemócrata, coqueteando con el centro izquierda, se integró en UCD y, tras la desaparición del partido, participó en el PRD de Miquel Roca y con el CDS de Adolfo Suárez, decisiones que más que alegrías le dieron sinsabores y algunas deudas económicas que tuvo que afrontar a título personal. El PP lo sacó del despacho de funcionario como ingeniero agrónomo y lo incluyó en la lista popular que alcanzó la Alcaldía por primera vez desde la Transición y gracias a la enemistad manifiesta entre Antonio Romero (Izquierda Unida) y Eduardo Martín Toval (PSOE) –y el propio Felipe González– que puso en bandeja la Alcaldía a la derecha.
Es decir, De la Torre siempre navegó con más comodidad por el centro reformista y democristiano que por la derecha de toda la vida y fue fraguando la figura de un alcalde con desapego hacia el partido. Lo de Paco de la Torre con Málaga se convirtió en un sacerdocio en el que su vida personal y familiar quedaba supeditada a su misión. Aquel señor que siempre hablaba de Urbanismo empezó a ser popular, a conectar con la gente y a estar omnipresente en la ciudad. Es verdad, en estos 25 años no ha habido ni sábados ni domingos ni días de fiesta. Tampoco vacaciones. Jornadas maratonianas sin tiempo ni reloj. Son conocidas sus llamadas a concejales, colaboradores y ciudadanos a las horas más intempestivas –un domingo a las 23.30 horas– para asuntos no urgentes. Y la luz de su despacho en la Casona está encendida los días y horas más imprevisibles. Esta forma de entender el trabajo y su vocación de estar en todos lados ha calado en la gente y los votantes y a lo largo de estos 25 años ha derrotado por agotamientos a cuantos rivales han intentado desbancarle. Era imposible seguirle el ritmo –que se lo pregunten a Bustinduy o María Gámez– porque eso significaba renunciar a la familia, los hijos y la vida privada. Un coste demasiado alto que nadie tiene por qué asumir pero que De la Torre acepta con gusto.
Y así, año tras año y triunfo electoral tras triunfo electoral, fue construyendo su perfil de alcalde, en el que no falta la mano dura y con un extraordinario desapego emocional hacia quien le rodea. Paco de la Torre no es un enemigo fácil y es un jefe imprevisible e implacable cuando tiene que tomar una decisión. Es individualista en la gestión de su poder y responsabilidad y, eso sí, tiene una enorme capacidad para soportar la crítica, incluida la de la prensa, a la que siempre respeta.
La gran ventaja de De la Torre es que lo único que ambiciona es ser alcalde y desprecia cualquier canto de sirena, incluido el económico. Es por eso que nunca se ha visto salpicado por casos de corrupción. Él está convencido de que no le debe nada a nadie y así va por la vida. Sería justo pensar que también Villalobos, y el propio Aparicio, así como otras muchas personas, han tenido algo que ver en lo que está pasando hoy.
Pero también es justo reconocer que ha sido él quien ha liderado un cuarto de siglo prodigioso en el que Málaga ha vivido una transformación inédita y mágica que la ha situado como la capital con mayor proyección de España y, eso sí, con los mayores retos futuros para que esta conversión en gran ciudad no aleje o expulse a los malagueños. Ahora, es verdad, gobierna con la inercia de sus primeros 15 años, tiene un puñado de proyectos por resolver, pero se ha ganado el derecho de decidir cuánto tiempo seguir y cómo y cuándo dejar la Alcaldía, con permiso claro está de los votantes.
A él, como a los grandes deportistas, sólo la edad y el paso del tiempo pueden apartarle de su pasión y todos sabemos –que le pregunten a Rafa Nadal– el trabajo y el sufrimiento personal que significa decidir el momento del adiós. Mientras tanto, a su modo y con su estilo, puede estar satisfecho de su trabajo, con las luces y las sobras, pero con el convencimiento de que está haciendo todo lo posible y lo está haciendo muy bien. Felicidades, alcalde.
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