La luz de Málaga con sus sombras
VOLTAJE ·
Cuando leí que un DJ recibió un disparo en plena sesión imaginé qué tipo de música estaría pinchandoHay en Málaga una luz que supera cualquier filtro y que es atractiva para personas que saben del buen vivir y que están dispuestas a ... venir a nuestra tierra a trabajar a distancia. El teletrabajo es una de las pocas bondades que va a dejarnos la pandemia y una oportunidad excelente para el trasteado mercado inmobiliario, pero esta luz atrae también a las polillas, a los mosquitos tigre y a otros bichos que se nos instalan en la costa. Este fin de semana, en una de tantas fiestecitas ilegales celebradas bajo el anonimato, un DJ murió de un disparo en plena sesión. Lo primero que se me vino a la cabeza cuando leí el titular fue imaginar el tipo de música que estaría pinchando para merecer semejante escarmiento, pero luego se explica que fue objetivo involuntario de una bala perdida. Esto es lo que pasa cuando uno pretende acercarse a una noticia leyendo sólo titulares. Por más que quiera darse el pego consultando los periódicos, al final no se entera uno de nada.
En esta vida además parece que todo el mundo tiene que tener una opinión sobre cada cosa. Unos lo hacen por vicio, otros por dinero, la mayoría por aburrimiento. Entre todos los aspectos dignos de comentario, el universo de la crítica a los carteles tiene en Málaga la categoría de deporte olímpico. 'Luz de Málaga' es también el título de la imagen que dará cartel a la próxima edición del Festival de Málaga. La noticia es que el diseño ha gustado no ya a los expertos, sino a gente que no tiene ni idea, que casi siempre son más difíciles de contentar, y más irascibles en el trato. El autor de la imagen es venezolano. Ha plasmado la luz de esta ciudad desde la distancia.
Sigo leyendo y conozco a Melissa, una jamaicana que vive en Holanda y que, además de DJ en barbecho, ahora teletrabaja feliz desde una de estas casitas de Pedregalejo de las que se dicen 'de pescadores' aunque ya tienen poco de eso. Están a muy pocos segundos de la playa, con la orilla tan cerca que cualquiera podría acceder al baño haciendo la croqueta desde la terraza, 'balconing' ligero y en seco después de una reunión de producción. En estas casas huele siempre a mar y puede uno dormirse escuchando las olas, pero en los meses sin erre hay algunas que reciben el olor a espeto durante muchas horas al día y eso, por más que nos gusten las sardinas, puede resultar desconcertante. Esto es, más o menos, lo que me digo para consolarme por no vivir en una de ellas, y eso por no hablar de sus precios, dolorosos para un malagueño medio pero irrisorios para cualquier habitante del centro de París dispuesto a teletrabajar y con ganas de intercambiar las luces de su ciudad por las mías.
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