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LA izquierda y la derecha españolas andan perdidas buscando su lugar; quizá tratando de encontrarse a sí mismas en su propio laberinto. Han querido ser tantas cosas y viajar a tantos lugares del territorio político que han terminado por extraviarse. PSOE, PP y Ciudadanos quieren a toda costa el centro -que es el que pone y quita presidentes-, pero luego se ponen histéricos por la presión de los extremos, bien desde Podemos o desde Vox. Las ideologías se estiran como un chicle para ir de un extremo a otro, lo que provoca episodios rocambolescos.

La derecha cada vez se diferencia menos, hasta el punto de que PP y Ciudadanos parecen la misma cosa; se han mimetizado de tal forma que en Andalucía, por ejemplo, el Gobierno bipartito parece monocolor. Es difícil hallar grandes diferencias entre ambas formaciones, lo que coloca al partido de Albert Rivera en una compleja encrucijada: ¿cómo distanciarse del PP? ¿Cómo distanciarse de Vox? ¿Cómo distanciarse del PSOE? Quizá esta situación es la que está llevando a Rivera a un estado de ansiedad permanente por ser lo que por ahora no ha podido ni puede ser.

El PP anda en modo expansivo, como si esa idea expresada por Aznar de refundar la derecha con todos los partidos rondara en la cabeza de Pablo Casado. El nuevo líder el PP va a toda velocidad reconstruyendo los escombros de Rajoy, en una deriva que quizá tensiona en exceso al votante conservador moderado, poco dado a la exaltación de las identidades. Casado está construyendo un PP muy de derechas, alejándose de esa especie de liberalismo social que tanto gusta al votante popular urbano. Con la presidencia de Juanma Moreno en la Junta y las alcaldías en grandes ciudades de la provincia de Málaga, el PP se enfrenta el próximo 28A a una situación inédita: la posibilidad de que el Gobierno Central, la Junta de Andalucía y algunos ayuntamientos -el de Málaga, por ejemplo- estén en manos del PP. Eso que Moreno Bonilla llama la 'triple alianza'.

Y Vox está tan desbordado que es una incógnita qué podrá hacer en las próximas citas electorales. Tiene unas expectativas altísimas y le faltan personas dispuestas a meterse de lleno en esto de la política. Son muchos los que están, pero pocos los que quieren y pueden estar.

La izquierda es otra jaula de grillos, con un Pedro Sánchez en una carrera sin marcha atrás hacia el poder con un PSOE descuajeringado y desconcertado por la forma de actuar de un presidente que despiertas grandes simpatías o grandes odios entre los suyos. Como le ocurre a Casado, Sánchez representa el nuevo PSOE y da la sensación que, como le ocurre al popular, con muchas precauciones entre el votante socialista tradicional.

Podemos es la contradicción en sí misma, sumido en un proceso de descomposición que puede llevarle a recordar la decadencia de Izquierda Unida. Lo que eran aquellos círculos de la participación se han convertido en líneas verticales de ordeno y mando de Iglesias y Montero que desacreditan su proyecto.

Y en este panorama, España se la juega, con la amenaza añadida del separatismo catalán detrás de la puerta. Esto sí es nueva política, no lo que nos vendieron hace unos años. Una nueva política, hoy por hoy impredecible, desconcertante y en la que es difícil saber con qué quedarse porque todos cambian de rumbo según les sopla el viento.

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