No está el Congreso de los Diputados para ir a buscar a quien comprarle un coche usado. Es tanta la desconfianza que se transmite en ... el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo que la única salida parece encomendarse a la providencia. Porque ninguno de los líderes ni los partidos que representan parecen tener capacidad para conducir una situación de alta tensión y enfrentamientos que, además, ellos mismos se encargan de azuzar. Son los pirómanos de un incendio político de resultados impredecibles.
Pero como escribía ayer Benjamín Lana, uno de los grandes males de nuestro tiempo es el tremendismo, por lo que intentaré alejarme de posiciones apocalípticas. La realidad es muy tozuda a la hora de escuchar entre tanto ruido, a pesar de que el Congreso de los Diputados se ha convertido en la mayor fuente de noticias falsas, 'fake news', medias verdades y razonamientos demagógicos de este país. El discurso está al servicio de los objetivos y el fin justifica todas las palabras, aunque sean mentiras adornadas de verdad. Se dice lo que otros quieren escuchar.
Y una de las primeras realidades es que la crisis territorial de este país arrancó hace muchos años, precisamente cuando González y Aznar negociaban con Jordi Pujol sin percatarse (o sin querer percatarse) de que pactaban con la mayor trama de corrupción de la historia reciente de este país, que a golpe del 3% no sólo enriquecía a sus familias sino que apuntalaban las bases del independentismo de hoy. Mientras González y Aznar, y luego Zapatero, y luego Rajoy, celebraban ufanos sus pactos de legislaturas (como el del Majestic), el secesionismo se hacia con las escuelas, las universidades, las administraciones públicas y los medios de comunicación para construir generaciones de independentistas. Aunque duela decirlo, este independentismo catalán está ganando el pulso porque lleva 30 años trabajando y maquinando ante la inacción de los sucesivos gobiernos.
Otra realidad es que el PSOE de Pedro Sánchez ha abandonado el centro y ha decidido instalarse en la izquierda pura y dura con un pacto de Gobierno con Podemos, una suerte de izquierda anticapitalista con una sofisticada mercadotecnia y comunicación política; el Partido Comunista, que por primera vez desde la Transición entra en el Gobierno, y Equo, y con el sustento del secesionismo catalán, de izquierda y republicano (ERC); la derecha nacionalista vasca (PNV) o los herederos del terrorismo vasco (Bildu). Y ya está. Sánchez e Iglesias han abrazado un proyecto de Gobierno de izquierda, anticapitalista y antiliberal, cuyos efectos en el modelo de Estado y en la unidad territorial están por ver.
La derecha, desde la más centrista hasta la más extrema, ha sido incapaz en este tiempos de vertebrar una alternativa o siquiera una propuesta seria que hubiese dificultado la deriva de Pedro Sánchez. Todos sus líderes se han parapetado en el acoso dialéctico y se han quedado a la expectativa como si los problemas se solucionasen solos.
Y lo peor de todo es que hay muchos líderes del PP que defendían en privado una abstención que diera a Pedro Sánchez un nuevo colchón en la Moncloa y evitara este pacto 'rave', en el que, como en las fiestas, todo el mundo baila con quien haga falta y como haga falta porque el objetivo es bailar. Y resistir el mayor tiempo posible. Y también hay muchos líderes del PSOE que despotrican en privado de Sánchez. Este silencio es tanto o más cómplice y denota la falta de coraje y arrojo de los políticos (con alguna excepción) de hoy.
La gran incógnita es saber qué quedará después de todo esto, cómo será España, su monarquía parlamentaria, su sistema de las autonomías, su modelo territorial y su economía. Y cómo quedarán las familias y las empresas. Lo único evidente es que este barco está a punto de comenzar una inquietante travesía llena de incertidumbre.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión