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Incivismo recargable

Sin ir más lejos ·

Una soterrada violencia electrificada apunta ya a los peatones para adueñarse del espacio público

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Domingo, 2 de diciembre 2018, 00:06

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Nada como el recuerdo de las magulladuras en carne y huesos propios para saber lo que se siente cuando te atropella un ciclista que va lanzado mientras tú cruzas confiadamente de noche el semáforo en rojo para el tráfico. Sobre todo, cuando no esperas ni por asomo ese cuerpo a cuerpo brutalmente intenso con un desconocido, la embestida silenciosa que te llega de sopetón desde el pasillo oscuro entre un autobús y la fila de coches parados. Cuando te impacta un semejante de 80 kilos proyectado desde un sillín tras cornearte previamente con la rueda delantera sólo te queda el recuerdo de carpeta esparcida por el suelo y ese dueto de ayes de dos tipos que blasfeman retorciéndose entre el silencio que sigue al golpe. La escena resulta inevitablemente cómica para los testigos porque es extraño que los implicados en un accidente aporten además de su dolor intransferible su parte correspondiente de chapa y pintura en forma de ternillas y músculos vapuleados para varios días. A ninguno se le ocurre hablar de parte amistoso porque en los partidos de rugby o en este sucedáneo urbano es algo que no caes en pedir. El golpe recuerda lejanamente al de dos personas que doblan a paso rápido la misma esquina, cada uno por un lado, un pisotón con forma de cabezazo en el que gana el civismo y la disculpa. Suele bastar que entre en escena la neurona espejo, la que no apareció en mi peor anécdota de peatón y en la que no pude siquiera reprocharle al ciclista de llevar auriculares o de ir mirando el móvil.

El margen para la imprudencia se ha ampliado que es una locura. Este tipo de episodios -también el de peatón que atropella a ciclista- eran una rareza. En cualquier lugar, las amenazas aumentan a medida que hay más carriles bici y más zonas supuestamente peatonales por no hablar de la gente al volante temerariamente conectada. La tentación de saltarse un semáforo o de transgresiones menos cafres pero continuas se mueve ahora por las aceras con música en auriculares y sobre cualquier artilugio. Una soterrada violencia vial apunta ya a los peatones para adueñarse del espacio público. Si en el pasado nos arrinconaban los coches, ahora es toda una marea intergeneracional, desde niños en adelante, la que se siente con derecho de preferencia sobre el resto con su catálogo rodante eléctrico o no. Patinetes, segway y cualquier cacharro recargable por las noches como el móvil alimentan un extraño estatus de transgresores con salvoconducto de modernidad y litio. A toda leche y sin papeles. Hace unos días fallecía una anciana arrollada en Barcelona, una alarma extrema entre atropellos y percances cotidianos que crecen. Peatonalizar calles abre nuevas rutas a esta peligrosa 'patinetización' sin barreras que ha convertido al peatón en ciudadano de segunda. El incivismo recargable da a las calles apariencia de parque en el día de Reyes todo el año. Y hay juguetes muy peligrosos.

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