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El pasado domingo, mi compañero Chus Heredia y yo publicamos un reportaje que posiblemente sea la radiografía más completa que se ha hecho hasta ahora ... sobre las infraestructuras necesarias para la modernización de Málaga. 12.000 millones de euros salieron en la cuenta de las inversiones pendientes. Enseguida, hubo quienes apelaron al mensaje manido de que Málaga «ya ha recibido mucho» y que otras provincias están peor, pues no tienen aeropuertos modernos ni llega la alta velocidad. Cabría preguntar a estos lectores, a los que agradezco enormemente su tiempo y sus aportaciones, qué opinan entonces de que las mayores inversiones sean sistemáticamente en Madrid y en Cataluña, donde sí que tienen de todo.
Dirán que son las zonas más pobladas y con mayor actividad económica, es lógico que se invierta allí... Entonces, no se explica que Málaga, que es la segunda provincia de España con una mayor presión demográfica, y uno de los grandes generadores de impuestos gracias al turismo, ya no es que no esté entre las que recibe más, ¡es que está entre las últimas del país!
El INE, que no es sospechoso de nada, lleva varios años advirtiendo, tanto en censos de población como en análisis de proyecciones, que Málaga es, junto con Madrid, la provincia que más crece, y llegará a superar a Sevilla como la más poblada de Andalucía hacia el 2031, que es como decir, pasado mañana. Del orden de 300.000 personas aspiran a llamarse a sí mismos malagueños en cuestión de diez años.
Tal presión sobre nuestro territorio sólo tiene tres salidas posibles: regular la posibilidad de que la gente que quiera venir a vivir a la Costa del Sol se pueda establecer aquí. Lo cual no es factible, pues, si bien pudiera serlo para los extranjeros de fuera de la UE, vía legislación, no sería posible ni para los europeos ni para los españoles de otros territorios. La segunda opción es justamente la que se está aplicando, que es no hacer nada. Con lo cual ya se está viendo resentida la calidad de vida de quienes vivimos aquí, por la saturación viaria, de los transportes y servicios públicos, y por la ausencia de viviendas a precio razonable.
Y la tercera opción es dejar de mirar para otro lado y hacer las inversiones que son necesarias para atender a una población que no para de crecer. Hablamos de infraestructuras básicas, en forma de tren, metro y carreteras, que permitan que la gente pueda encontrar una vivienda a precio asequible, sin perder horas en caravanas para llegar a trabajar. O tener el agua necesaria para dar de beber y regar a todo el mundo. Por tanto, sólo estamos pidiendo lo que es justo para que vivir en el paraíso no se convierta en un infierno...
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