El horario
Venía de comer pero se le hizo tarde. Andaba con asuntos de televisión autonómica y no estaba para ahogados. Luego dijo que sí, luego dijo ... que no. La comida era de trabajo, la comida era privada. Estaba al tanto de lo que ocurría, o no. Carlos Mazón. Agradeció a Pedro Sánchez la ayuda. Luego se arrepintió. No lo socorrieron. Ahora desde Génova tampoco le echan un cable. No van a dejar que se lo lleve la riada porque eso socavaría los cimientos del inmueble madrileño, y hay que estar todos a una para erosionar el edificio de la Moncloa.
Allí también hay barro. Centro neurálgico en la denuncia de la máquina del fango, ahora lo tienen en la ansiada escalinata, esa que da a los misteriosos salones donde reside el poder. El fango le ha salpicado al presidente del Gobierno en forma de bulo, ya saben, la gran producción de barro de la derecha y la ultraderecha, ese mantra. Pero también le ha salpicado en el cogote, acompañado de palos y de una rabia que iba mucho más allá de la indignación. Había cadáveres de por medio. Y la descoordinación, al margen de la incompetencia autonómica, también se achaca a la desconfianza entre administraciones de distinto signo político. Por estar cada una a un lado del muro diseñado desde las alturas. Dividir por dos a toda costa tiene consecuencias.
Barro real y fango político. Pelean por los horarios, se contraponen las llamadas telefónicas. Se hace un minutaje de la tragedia a modo de evasión de responsabilidades y de acusación del contrario. Quién llamó a quién mientras camino de la Albufera navegaban niños ahogados, casas, vidas enteras. Había que votar a los consejeros de RTVE. Esa sí era una emergencia nacional. Había que tratar de convencer a la bella periodista de que aceptara dirigir la tele autonómica. Una vez resuelto eso podría uno ponerse el chalequillo reflector y dedicarse a solventar el drama de un millón de valencianos. Votantes. Ese sí que parece ser el drama. Los ahogados y sus familias, los abandonados, son votantes. Hay que reparar el dique. Todos los diques. Más nos vale. Porque «el pueblo ayuda al pueblo», además de un hecho real es un eslogan con una deriva peligrosa. Porque el Estado, por mucho que quienes están en la sala de máquinas especularan y tuvieran los relojes desajustados, no ha desaparecido. Los bomberos son Estado. Los sanitarios, los policías, el ejército, los alcaldes. Incluso la consejera de Turismo que de modo tan despótico como inhumano mandó a los familiares de las víctimas a sus casas es Estado. Aunque ella tendría que ser la primera en dejar de serlo. En eso sí tendría que cumplir el horario y dimitir ya.
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