Fobias
Los sátrapas y déspotas son a corto plazo una fuente directa de desgracias para sus ciudadanos (que de un modo o de otro acaban adquiriendo ... la condición de súbditos). Pero al tiempo que trastocan las vidas de sus gobernados los marcan con el sello de indeseables para otros países. Se generan rencores colectivos. Un caldo de cultivo para conflictos y guerras. Lo hemos experimentado con Rusia al invadir Ucrania, y ahora empezamos a percibir en el aire la misma sensación con respecto a Estados Unidos, gracias a Trump. No hablemos de Netanyahu e Israel, por más que este sea un asunto en el que el choque emocional se viene arrastrando convulsamente desde décadas atrás.
La cuestión es que el oligarca Putin propició recelo hacia el pueblo ruso y ahora Trump provoca miradas de antipatía hacia Estados Unidos y los estadounidenses. Los síntomas ya empiezan a respirarse y no hay que ser un lince para detectarla, pero un espléndido artículo de Salvador Moreno Peralta en las páginas de este periódico esta semana le hizo reflexionar a uno sobre el asunto. Sobre sus derivadas y sus repercusiones concretas, locales. Moreno Peralta hablaba del Museo Ruso en términos tan elogiosos como justos: «Este precioso museo ha albergado una intensa y variada actividad didáctica y divulgativa con exposiciones anuales de verdadero nivel mundial, acompañadas por coloquios, conferencias, seminarios, talleres conciertos, proyecciones cinematográficas, danza, performances y una cuidadosa labor editorial...».
A pesar de ello, afirmaba el arquitecto, asoman «nubarrones por su horizonte». Justamente, considera uno, cuando más necesario es ese museo. Cuando los puentes culturales tienen una mayor justificación. A nadie se le escapa que el desconocimiento genera desconfianza, mientras que el conocimiento aporta identificación y vínculos humanos. ¿Debemos alejarnos de Tolstoi y de Tarkovski, porque representan a Rusia? Sobre esto hay que preguntarse quién representa mejor el espíritu ruso, Putin o ellos. Así que ¿debemos proscribirlos? Más bien prescribirlos. Lo mismo que a Chejov, Chaikovski o Balabánov o, por el lado norteamericano, a Melville, Faulkner o David Lynch. Si un dictador como Putin o un déspota como Trump son capaces de generar una animadversión abstracta entre millones de personas, por encima de ellos, o por debajo, tanto da, a los demás nos corresponde el juego contrario. Estamos llamados a desbaratar pieza a pieza, por mínimas que sean, el rechazo al por mayor que causan -y persiguen- los tiranos. Y hemos de hacerlo por medio de mensajes y propuestas concretas como por ejemplo, aquí y ahora, representa el Museo Ruso.
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