Feriantes
Dejaron atrás las carabinas de cañones torcidos, el tren del terror donde un operario cansado de trabajar se vestía de bruja y azotaba con una ... escoba las coronillas de los alegres viajeros. Ya no vuela la noria al costado de la carpa del circo ni en las jaulas, después de la doble función, malduermen entre destellos intermitentes las bestias presuntamente feroces. El láser y la electrónica vinieron a sustituir los escobazos de esparto, el miedo se hizo más sofisticado y las fieras quedaron vetadas para el esparcimiento público. Amaestrar leones, desdentados o no, pasó de ser cuestión de héroes a oficio de desalmados. Los viejos engranajes funcionan ahora por ordenador. El vértigo está calculado por inteligencia artificial.
Los turrones y la quincalla hortera de las tómbolas puede que incluso tengan fecha de caducidad y códigos qr con garantía e instrucciones de uso. Pero la esencia del feriante ha variado poco. Nómadas de la fiesta ajena, condenados a vivir entre el zumbido de la pachanga de ciudad en ciudad. Hijos de la carretera. Temporeros de la alegría. Málaga echa el cierre. Los drones, la megafonía, los faralaes y la diversión se disipan y toman otro rumbo. Aquí queda el rastro de la fiesta, aquel confeti pisoteado de las viejas verbenas como símbolo de una melancolía tan volátil que apenas es melancolía. A rey muerto, rey puesto, y si la feria se va, otro sarao vendrá.
Mientras los feriantes desmontan los esqueletos de la calle del infierno y los primeros camiones toman el rumbo de la siguiente parranda, aquí quedan los debates sesudos sobre el porvenir del asunto. Balance de la semana grande, pros y contras. El debe y el haber de la diversión municipal. ¿El centro decayendo y el real como espacio primordial? Será que el centro vive una feria permanente de 365 días anuales y padece un empacho crónico por sobreabundancia de jarana y esparcimiento. La violencia, el lado oscuro del jolgorio que tanto preocupaba a la autoridad competente, ha quedado contenida a pesar de que algún experto en artes marciales aproveche la ocasión para exhibir sus habilidades pateando la mandíbula de un transeúnte en el que advirtió una mirada aviesa o un mal gesto. En cualquier caso, aquel fielato en el que se decomisaban decenas de navajas, puños americanos y cachiporras en las fronteras del real parece cosa de otro tiempo. Ir a la feria ya no equivale necesariamente a ir a la gresca. Auguran que el cuadrante dará números positivos. Otro año, otra vuelta del tiovivo. La carretera rumbo a otro pueblo. Todos convertidos en feriantes, subidos en la noria de los días. Hasta el próximo fuego artificial.
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