El espectáculo
Lo venían anunciando desde días atrás. Breves anuncios publicitarios de autobombo de RTVE. Escenas peligrosas, mozos a punto de ser ensartados por el pitón de ... un toro, caídas, tropiezos y barullo. La gran ocasión que vieron los siglos, solo que por arte de magia y empecinamiento en mantener tradiciones y atavismos, aquí se repite cada año. San Fermín. Y se repite en una espiral que no para de crecer y en la que la televisión pública cada año invierte un presupuesto mayor. Gran despliegue de medios y personas. Tecnología punta para cubrir un evento emparentado con los años oscuros de la Edad Media.
Usan precisamente el burdo argumento de lo arcaico para justificar el derroche y el negocio. Como si la duración en el tiempo de una brutalidad justificara su eterna repetición. Arrojar cabras de los campanarios o el sacrificio de niños o de muchachas vírgenes también eran tradiciones con arraigos milenarios. Pero no, soltar una manada de toros alocados por unas cuantas calles, espolearlos y poner énfasis y emoción para ver si uno de esos animales espantados ensarta el pulmón o el cuello de un corredor se nos revela en un refinado espectáculo porque así lo ha decidido la cabeza del ente público.
Pueden perseguir deportes violentos y negarles la más mínima difusión. Pero cronometrar como si de una prueba olímpica se tratase la carrera callejera de una manada de bestias y de unos individuos que no se sabe si se creen parientes de Hemingway o emblemas de algún atleta trastornado les parece la sublimación del periodismo y del deber cívico de una televisión pública. Y si tanto se recrean en la repetición a cámara lenta de cómo un cuerno pasa a dos centímetros de la cabeza de un corredor o en el modo en que alguien es pisoteado por las pezuñas de un animal despavorido, se pregunta uno porque no pugna por la resurrección del lanzamiento de la cabra o la entusiasta retransmisión del toro lanceado y así contarnos el récord caprino en hocicar desde el campanario o el cronometraje de la agonía del toro atravesado por la lanza de un atávico mozo.
No será más cruel que si en uno de esos encierros pamplonicas sucede una desgracia irreparable. ¿Qué harán entonces los entusiastas cronistas de pañuelo rojo? ¿Seguir con su tradición y técnicas para repetirnos la escena de la cogida o el aplastamiento mortal? Probablemente recurrirán, también en ese caso, a la tradición y se descolgarán con unas elegías de pacotilla para acabar diciéndonos que a veces el santo Fermín tiene estas cosas, pero que el próximo chupinazo está al caer y la fiesta debe continuar, con más brío si cabe, en honor del fallecido.
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