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Roma es belleza sellada en piedra. Hermosura de lo que persiste. Primavera granítica. Luz eterna que reposa sobre la frente del Papa muerto. Francisco en ... su tumba en la basílica de Santa María la Mayor.
La Pascua de resurrección nos despertó con la noticia de la muerte del Papa Francisco en su cama. La luz acariciaba la ventana de su estancia y él partía sin ser notado en busca de su Amado. «¡Sácame de aquesta muerte, mi Dios, y dame la vida». El cardenal Rolandas Makrickas nos reveló que la tumba que acoge desde ayer sábado al siervo bueno y fiel, estaría ubicada entre la Capilla Paulina y la Capilla Sforza, en una nave lateral de la basílica liberiana. Sin ostentación, sólo piedra, y con la única inscripción «Franciscus» y su cruz pectoral. La pizarra de Lavagna fue el material que eligió en vida el Santo Padre para su descanso eterno. Oscuro como la tinta antigua, resistente como la voluntad y moldeable bajo manos expertas. Es una piedra sencilla, esencial, cercana. Devuelve el calor, como una caricia. No impone, acompaña. Su origen es el pequeño pueblo de Cogorno, con poco más de cinco mil habitantes, donde nació Vincenzo Sivori, el bisabuelo del Papa, que emigró posteriormente a Buenos Aires. La piedra muda es su testamento. Ha querido cerrar su camino en la Tierra con la misma sobriedad con la que vivió su pontificado. Los católicos lo lloramos y nos encomendamos a su intercesión. Conocimos su entrega sincera a su ministerio.
Su pontificado no fue fácil. Tuvo que suceder a un gigante como fue San Juan Pablo II y al Quijote de la verdad encarnado en Benedicto XVI. Abrió algunas puertas y ventanas para que el aire circulara con la libertad que sólo Dios concede.
Para desgracia suya, políticos contrarios a la doctrina de la Iglesia, adornaron su discurso con muchas de sus miserias ideológicas con la única intención de confundir y pervertir el mensaje evangélico que él defendía. Los retos de la Iglesia en el siglo XXI no tienen nada que ver con los imperativos de una agenda que desprecia la dignidad del hombre. Los nuevos sepulcros blanqueados de la política lloran lo que no aman. Falsos profetas y falsos maestros que nos quieren ahora imponer a su sucesor, como si de unas primarias adulteradas se tratara.
A San Pedro mientras caminaba por la Via Appia, a las afueras de Roma, se le apareció Cristo caminando con la cruz a cuestas. El apóstol conmovido le preguntó: «Domine, Quo vadis»¿Adónde vas, Señor?»; a lo que Cristo respondió: «Voy a Roma, a ser crucificado de nuevo». El conclave no escuchará los cantos de sirena que proceden de la política. El Espíritu Santo susurrará al colegio cardenalicio.
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