Disparate
España es un inmenso disparate. Al menos la mediática, la que se ve por el plasma y la pantalla del móvil. Porque luego está la ... real: la del sufrido autónomo cosido a impuestos que levanta cada amanecer el cierre de su nave en el polígono; la del maestro que se desvela con el alumno rezagado, la del terapeuta que mima el dolor del enfermo, el currito que sueña con un futuro mejor o, al menos, con el viernes por la tarde; o la del investigador que se deja cada día las pestañas ante la probeta para que mañana, o pasado, haya una terapia más y una amenaza menos. Pero la de ellos, como la de otros tantos, no está en el primer plano. O, desde luego, no con tanta frecuencia. La España que vemos cada día en la agenda pública es una caricatura gris, un espejo grotesco de nosotros mismos. Lo mismo nos encontramos a un Torra avisando de ventosidades a un tribunal que una violación en directo en un 'reality' de la tele o un cargo electo que exhibe su altivez y su chulería ante una mujer en silla de ruedas que le increpa su machismo militante. En esta España entre el chiste y lo carpetovetónico conviven tertulianos a sueldo millonario con cronistas de Pullitzer con tarifas de becario. O la paradoja andaluza, donde después de la mayor condena por corrupción de la región, se pone en marcha toda una maquinaria de propaganda para contrarrestar el golpe al socialismo institucional con la tesis de que no robaron para su bolsillo sino que se limitaron a dejar robar a manos llenas. Y en medio, una sanidad que sigue como antes, con alertas por Magrudis que casi siempre llegan tarde; médicos, enfermeros y celadores descontentos y camillas en los pasillos de urgencias desbordadas con un gobierno del cambio poco tolerante a la crítica y más pendiente de la fiesta de la circunnavegación que de lo que de verdad importa.
Y en medio del festín, esta orgía de despropósitos de la negociación entre PSOE y Unidas Podemos, enfrascados en el reparto de carguitos, con el gran jefe ausente, escondido tras Carmen Calvo y los nuevos plasmas de Moncloa, mientras ERC ejerce sin complejos su danza del desafío, conscientes de que no hay arrestos para cortarles la música a los macarras que han venido a dar la nota en el baile de fin de curso, con la autodeterminación y la enmienda a la totalidad a la Monarquía como 'senyeras'.
Y no es pesimismo, oigan. Es que todo parece un disparate como el que retrataban aquellos grabados de Goya que ponían a caldo al infame Fernando VII. Afortunadamente, este país no se parece al de entonces, sí, es cierto. Lo cual no quita que, últimamente, también den ganas de salir huyendo de la Quinta del Sordo.
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