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Sí, Dios se desnuda. Se despoja. Se desprende. Es el misterio de la Encarnación que los cristianos celebran en las fiestas de Navidad. Es la ... dimensión kenótica de la fiesta, el abajamiento de Dios. En una sociedad secularizada en la que casi nadie se acuerda de Jesús de Nazaret, tampoco en Navidad, fiesta en la que se celebra su nacimiento, quizá se den las condiciones adecuadas para explicar desde cero, con toda su crudeza, lo que se celebra en estas fechas; y hacerlo desprendidos de sentimentalismos que a lo sumo alcanzan a edulcorar nos días en los que predominan las emociones a flor de piel.
Crecer en el conocimiento teológico del sentido de la fiesta, en una sociedad ávida de Dios, ayudará a vivir la Navidad sin demasiadas depres o melancolías. Porque el acceso al misterio, si es auténtico, siempre será suave, como brisa amable que introduce en la verdad revelada, verdad que fortalece interiormente. Navidad es, para la fe cristiana, reconocer que Dios se hace uno de nosotros y que comparte la condición humana: es un bebé que nace desnudo, que llora, que es amamantado por su madre... es ahí donde se encuentra la sorpresa inabarcable de la Navidad. Y del nacimiento de Cristo, al que los cristianos reconocen Dios y hombre verdadero. En las fiestas de Navidad descubrimos un recién nacido, nacido en una familia humilde, que tiene que huir porque es amenazado de muerte por la monarquía imperante y nos sorprendemos ante un recién nacido al que unos astrólogos descubren como el Mesías. Sí, es ahí donde Dios se desnuda y enseña, con su manera de actuar; muestra que la vida, desde lo pequeño y lo vivido se dimensiona de una manera sorprendente. Hasta gratificante. Es la clave de la Navidad, Dios hecho carne; sangre y tiempo.
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