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Desmemoria climática

Sin ir más lejos ·

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Jueves, 1 de enero 1970

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Más allá del metro, hay tareas menores pendientes en el subsuelo tan necesarias como olvidadas para encarrilar sin sobresaltos el día a día de la ciudad. Y es que no luce igual cortar la cinta de un hermoso parque que dar por inaugurado un colector para evitar que el revuelto de aguas residuales y de lluvia deje fuera de juego las depuradoras, esa cosa que se inaugura muy de tarde en tarde, tal vez porque el olor impide sonreír a la comitiva, que sale en las fotos con cara vomitiva. Pasan las décadas y se nota demasiado que las soluciones, incluso la limpieza de arroyos, son cuestión atascada. A veces pasan los siglos, como en el Guadalmedina, pero sin ir tanto río arriba en la historia, la ciudad sigue con un déficit de alcantarillado insostenible y gran parte de esa otra Málaga de los polígonos permanece bajo el mapa de inundabilidad a la espera de un nuevo desastre que declare urgente el nuevo puente de la N-340 sobre el Guadalhorce o la obra que evite que el Cercanías haga de presa. Eso, sin mirar hacia Cártama. Las imágenes de las primeras tormentas serias del otoño quedan como la única sirena de alerta en mitad de la desmemoria. Durante el verano andamos a otra cosa. Ponemos cara de político en depuradora al apartar en el agua la suciedad del domingo playero y añorar el saneamiento mientras las medusas o el mosquito tigre ganan el debate. Las primeras lluvias torrenciales y su saldo de tragedia y daños no tan lejanos traen la preocupación como un coleccionable sin fin de la desmemoria climática cada otoño, para recordar también que el éxito de la ciudad tiene los pies de barro. El olvido colectivo y político sigue haciendo época, enredados unos y otros en foros y tertulias, en si los huracanes tropicales que nos frecuentan son galgos, podencos o danas, si vivir bajo el bendito clima mediterráneo tiene el peaje de las maldades torrenciales o si el calentamiento global es el único culpable y el CO2 también es sólo cosa de los chinos. El debate está abierto, y la cautela de los meteorólogos a la espera del diagnóstico definitivo sirve de coartada procastinadora para no seguir sin tocar cauces, arroyos, colectores y alcantarillas. Avanzar a golpe de riada es muy mediterráneo, con Málaga entre las primeras en el peligro de la inundabilidad. En la memoria de muchos está el otoño de 1989, ocho fallecidos, como en los libros de historia queda la 'riá' de 1907, una veintena de muertos, cuando el Perchel fue una venecia de lodo en la que se podía ir al primer piso de las casas por el balcón trepando por el barro. Los alemanes nos regalaron un puente por ser solidarios con sus marinos en la calamidad y dos años después la presa del Agujero llegó como la primera gran cirugía hidráulica. En los 80, menos mal, la versión ampliada del Limonero. Si la intendencia menor de las alcantarillas sigue pendiente, la ingeniería para dejar sin colmillos al Guadalmedina parece cosa de ficción y nos instala resignados en el pavor de los antiguos egipcios al Nilo.

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