Asistimos incrédulos y atemorizados al desafío independentista en Cataluña tras la sentencia del Tribunal Supremo sobre el 'procés'. Algaradas, barricadas, incendios, cortes de carreteras y ... vías férreas, insultos, agresiones... Y todo ello ante un clamoroso vacío de poder, como una nave desvencijada a merced de los rápidos de un río rumbo al abismo. Nadie parece saber cómo parar esto, cómo hallar soluciones, con una derrota inevitable del relato de los constitucionalistas frente a la ensoñación separatista camino de la realidad.
Uno escucha cosas que no cree, o que no quiere creer, que articulan un discurso que olvida absolutamente a esos millones de catalanes secuestrados en su propia casa por el pensamiento independentista, que nace, precisamente, de premisas falsas. Esta semana acudí invitado a una tertulia en Onda Cero, con el gran Manuel Prieto, en la que conversé entre otros con el vicepresidente segundo del Congreso de los Diputados, el socialista Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, y con José Ramón de la Morena. Ambos coincidieron al afirmar que históricamente los españoles habíamos maltratado a los catalanes, criticándolos, «y eso hay que reconocerlo», decían. No tardé no sólo en negarlo sino en calificarlo de absolutamente incierto. Pero es que el locutor deportivo llegó a decir que los catalanes pagan los peajes en las autopistas y los andaluces no. Además de no ser cierto, lo más grave es que De la Morena sabe perfectamente que en Andalucía se pagan los peajes y él mismo lo hace cuando va a su residencia en Estepona. Lamenté en la tertulia que personas con tanta responsabilidad institucional como Gómez de Celis confundan a la ciudadanía de semejante manera.
Esta pequeña anécdota me sirve para llamar la atención sobre la importancia del lenguaje, de las palabras, de las descripciones... En otro programa radiofónico (SER) hablaban de las familias concentradas con sus hijos, de las manifestaciones pacíficas, «de los independentistas que peinan canas» y que lucharon contra el franquismo o defendieron el autonomismo frente a la España única. Pero nadie hablaba de los que no pueden manifestarse, de los que son insultados, vituperados, humillados y que, como los otros, seguro que también lucharon contra el franquismo y defendieron las autonomías. Ellos, los constitucionalistas de Cataluña, no existen, son silenciados en muchos lugares, como si no tuvieran ideas, ni derechos, ni voz. «Hay que dialogar», dicen. Por supuesto, pero dialogar supone escuchar y dejar hablar a todas las partes, y a todas las ideas. Ponerse de acuerdo y ceder, no imponer.
Cataluña es lo que es hoy por culpa de la inacción de los gobiernos españoles, desde González a Pedro Sánchez, pasando por Aznar, Zapatero y Rajoy; por culpa de la corrupción política catalana, liderada por los Pujol; por culpa de la cesión de la Educación; por culpa de los intereses empresariales de una burguesía catalana vergonzante y, especialmente, de la frivolidad con la que Zapatero encendió la mecha del independentismo. Cataluña no tiene solución mientras el independentismo esté inoculado en las escuelas, en las universidades, en todo el entramado de la administración pública, del poder.
Hay que desandar España para recuperar la convivencia del 78, la concordia de la Transición y los derechos civiles, para recuperar Cataluña como una gran comunidad autónoma de España, en la que se disfrute del bilingüismo, en la que se pueda ser español y catalán. Y para ello el constitucionalismo debe alcanzar el poder en las urnas, liberar la Educación del adoctrinamiento, instalar el bilingüismo y seducir a aquellos de bajo la falacia de «España nos roba» se dejaron engañar por los que, de verdad, les robaban. Y todo esto se fía muy largo, tanto como varias generaciones, y tan difícil como que los partidos políticos constitucionalistas alcancen un verdadero pacto de Estado para salvar España y Cataluña.
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