No hay derecho
Supongo que con la que está cayendo resultará raro, y hasta fuera de carril, un artículo en el que no se hable de tramas corruptas, ... de manos ardiendo en el fuego, de jefazos atrincherados en el sillón o de matanzas indiscriminadas de civiles en lugares que muchos no sabrán ni ubicar en el mapa. Qué quieren que les diga, les confieso que estoy bastante saturada de todo lo que nos rodea, de no estar recuperada de un escándalo o una mala noticia cuando, zas, te pega el siguiente en toda la boca.
Porque en otra boca, en la del estómago, aún digiero otros asuntos que de repente saltan a los titulares y que nos recuerdan el espanto cotidiano en muchos hogares y colegios, el horror como un río de lava que avanza lento pero que arrasa todo a su paso y al que preferimos no hacer mucho caso porque eso, ay, les pasa a los otros. Les hablo del acoso escolar al hilo de dos noticias -dos más- separadas en el mapa pero que juntas representan sólo la punta de un iceberg imposible de cuantificar: la primera, la matanza en un colegio de Austria que ha dejado 10 alumnos muertos y otros tantos en estado crítico a manos de un alumno que en su día sufrió acoso escolar. La segunda, la de un niño de 13 años violado en un viaje de fin de estudios por una manada de compañeros de curso como punto y seguido a años de vejaciones, insultos y humillaciones. Y las dos, digeridas y asumidas hasta que llegue la siguiente porque eso, ay, les pasa a los otros.
Y no. Eso nos pasa a todos. Y es devastador para una sociedad que presume de civilizada que no se tomen medidas de calado ante una realidad que no se cura porque lo único que hacemos es poner tiritas. Porque no hay derecho a que casi dos niños por clase -lo dicen estudios recientes- no quieran ir al cole porque ahí está el auténtico infierno. Porque no hay derecho a que no haya calma en las 24 horas del día porque una vez que sales del cole el acoso sigue en el móvil. Porque no hay derecho a que las heridas sean tan profundas que algunos no vean otra salida que el suicidio o tomarse la justicia por su mano. Porque no hay derecho a que en muchos colegios se ponga cara de circunstancia y se diga que eso «no se vio venir». Porque no hay derecho a que a veces no se activen los protocolos porque eso mancha la imagen de un centro. Porque no hay derecho a que sean las víctimas las que se tengan que ir a otro colegio en el que probablemente siga el acoso porque se avisan unos a otros en redes sociales. Porque no hay derecho a que los padres digamos «mi hijo no hace esas cosas» y miremos a otro lado. Porque no hay derecho a que una infancia se parta en dos en un patio o en un baño. Porque no hay derecho a esto. Y sobre todo, porque no hay derecho a que sigamos pensando que eso, ay, les pasa a los otros.
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