Y decían que venían a cambiar el mundo
Escribía esta semana que «España tiene hoy los líderes con menos altura política y sentido de Estado de la democracia». Y añadía: «Han olvidado que ... su verdadero objetivo es trabajar por mejorar las condiciones de vida de la sociedad de este país». Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera y Pablo Iglesias han demostrado que, efectivamente, están empeñados en hacer una nueva política, marcada, eso sí, por la inacción, la táctica, la estrategia y, sobre todo, la fullería, que no es otra cosa que la astucia, cautela y arte con que se pretende engañar.
Hemos asistido en los últimos meses a toda una demostración de que para estos líderes lo más importante es lograr sus objetivos, cueste lo que cueste, caiga quien caiga y, sobre todo, sin importarles lo más mínimo el impacto que sus decisiones tengan en la sociedad.
No quiero ni imaginarme una etapa de recesión como la que anuncia la OCDE para el primer trimestre de 2020 en manos de este póquer de líderes incapaces de alcanzar acuerdos y pactos con los que gobernar este país. Decían ellos que eran diferentes, que habían llegado para cambiar la políticas, para cambiar sus partidos. Y lo están cumpliendo, pero para peor. Diría que para mucho peor.
Ahora estamos instalados en un desgobierno que mantiene al país a merced de los vientos, sin un aparente timón y, lo que es inquietante, sin un rumbo en mente debido a que ellos, Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias, junto con el resto de líderes, sólo andan preocupados en alcanzar su cuota de poder, entendiendo la política como el ejercicio de la propaganda y el marketing vía Twitter. No necesitan ser, sino parecer capaces, honestos e inteligentes. La verdad no importa. De hecho, es lo de menos.
Pero todos tenemos parte responsabilidad en este páramo político. Los ciudadanos y también los medios de comunicación que damos voz a este circo interminable de sobreactuaciones, frases hechas, declaraciones y golpes de efecto. Pero llama poderosamente la atención el deterioro del poder orgánico de los partidos, sumisos ante el poder de sus líderes. El éxito político de otras épocas se basó en la estructura sólida de los partidos y no en los caprichos y veleidades de chicos que juegan a ser presidentes.
Habría que recordarles a todos aquellos que hoy guardan silencio desde sus sillones políticos e institucionales que son cómplices necesarios de este despropósito. Ellos, que son críticos en privado y absolutamente dóciles en público.
No basta con enfadarse, con decepcionarse. Sólo queda rebelarse ante esta forma de ejercer la política y actuar, levantar la voz, escribir, salir a la calle, gritar si es preciso. Y habría que exigir a todos aquellos que se dedican a la política (diputados, parlamentarios, concejales, cargos orgánicos...) que rompan su silencio y que, de verdad, sean libres a la hora de defender el interés público si quieren mirar de frente a los ciudadanos. No hay arma más poderosa que el voto y las ideas, aunque cueste creerlo.
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