EL CUADRADO AMARILLO
Aquellos padres con hijos en etapa escolar sabrán de qué les hablo cuando me refiero a los cuadrados amarillos. Son unos espacios destacados en los ... libros de Educación Primaria con aquellos conocimientos que los niños deben aprenderse de memoria. Muchas veces los recitan como un juego de palabras sin saber qué significan, pero los declaman con la misma pericia con la que sus abuelos enunciaban la lista de los reyes godos.
Una madre me comentaba el otro día que su hijo, inquieto, inteligente y espabilado, se angustiaba con esos cuadrados amarillos porque se resistía a memorizarlos o quizá se resistía al ejercicio de sentarse a memorizar. Ella, buena estudiante siempre, no comprendía ese temor y llegaba a desesperarse. Un día recordó que esa angustia aparentemente irracional de su hijo con los cuadros amarillos era similar a la que ella, una estudiante con magníficas notas en todas las asignaturas menos en una, sentía cuando en la clase de lo que entonces se denominaba gimnasia debía enfrentarse al salto del potro, o al plinto, que era aún peor. Entonces entendió la angustia de su hijo y se dio cuenta la enorme casuística que hay en el aprendizaje frente a un sistema único y común.
Viene esto a cuento no por despreciar la memoria, en absoluto -de hecho es imprescindible en el aprendizaje de los niños-, sino porque el modelo educativo excluye habitualmente a aquellos niños que no se adaptan como la pieza de un Lego al sistema imperante. Está el niño, o la niña, inquieto, distraído, revoltoso, inconstante o impertinente; el que se aburre, el que alborota, el que no para de hablar, y el que sufre para aprobar o el que suspende casi todo. Ocurre que estas etiquetas cuelgan -o se las cuelgan- de los alumnos, que muchas veces son incapaces de deshacerse de ellas porque el propio sistema se lo impide.
Esta misma madre me comentaba la agilidad mental de su hijo, su instinto para solucionar problemas y conflictos y, además, la capacidad para motivarse ante los retos intelectuales. Pero no le gustan los cuadrados amarillos de sus libros.
Hace uno año tuve la oportunidad de conocer el modelo educativo irlandés y comprobar personalmente los estímulos que ofrecía a los alumnos a través de tareas prácticas, proyectos, trabajo en equipo, esfuerzo, colaboración y memoria, también tareas de memoria.
Quizá la clave -y yo no soy un experto- es que los niños requieren ser reconocidos por sus habilidades, por su nivel de superación, por su talento, por su potencial, y no tanto por las exigencias de una Educación empeñada en calificar todo bajo un único criterio.
La creatividad, la imaginación, el desempeño, el liderazgo, el trabajo en equipo, las artes, la intuición, la inteligencia en todas sus variables deben ser capacidades que el sistema educativo potencie y no coarte.
Conozco muchos casos de éxito empresarial y profesional y puedo asegurar que muchos de sus protagonistas fueron etiquetados de desastre en el colegio y luego tuvieron expedientes brillantes en la Universidad, en la Formación Profesional o simplemente en su formación continua. Quizá, de una vez por todas, deberíamos empeñarnos en mejorar la Educación, en dotarla de medios, en inculcar la excelencia y la mejora permanente de la docencia y los docentes. En asumir el extraordinario reto de educar.
Creo que no hay mayor héroe social que un buen maestro, que un profesor con vocación, y la sociedad debería reconocerlos, apoyarlos y recompensarlos. Una Educación solvente puede transformar un país, pero un sólo profesor puede cambiar el mundo.
Suerte a todos los maestros que hoy se examinan de las oposiciones y gracias a aquellos que día a día, con su dedicación y humanidad, se empeñan en ver en cada uno de sus alumnos al gran hombre o la gran mujer que llevan dentro.
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