Rosa y los libros obreros
El autor español escribe sobre los desvelos de la clase trabajadora en su última novela y prologa 'Amianto', un volumen de hace algunos años en el que Prunetti retrata la vida de las fábricas en la Italia del siglo XX
Rosa, Isaac Rosa. Qué feliz casualidad que tras leer su última novela, 'Las buenas noches' (Seix Barral), se le vuelva a encontrar prologando 'Amianto' (Hoja ... de Lata), la primera parte de la trilogía que Alberto Prunetti dedica a la disección de la clase obrera italiana, de la Toscana, de las inmediaciones de la mítica ciudad de Livorno donde se fundó el mayor partido comunista de Europa, y que, por extensión, también retrata el trabajo en el mundo. Pero el azar no existe. Siempre es resultado de una persecución. No a él, a Rosa. Digamos, mejor, que es consecuencia de una coincidencia de intereses. A Rosa siempre se le halla en la clase. Es un señor con clase, escribe con ídem y sus obras se enmarcan desde esa perspectiva. En esa su última novela, la clase trabajadora, la de toda la vida y la que engordan ahora los nuevos precarios (no son tan nuevos, ya que los contratos temporales datan del felipismo temprano) tiene problemas de insomnio. Los desvelos tienen que ver con el parné, claro. La bella metáfora que recorre la obra y en la que hay destellos del estilo de José Saramago muestra que sólo en común, desde lo colectivo, se pueden resolver los problemas materiales de la existencia que multiplican las vueltas por la noche contando no ovejitas, sino los pocos ingresos, los muchos gastos y el cansancio acumulado. La lucha es colectiva, pero no con cualquiera; si leen el libro, lo descubrirán: se concilia el sueño sólo si se conecta en serio con quien está al lado en la cama.
Mientras tanto, el prólogo que Rosa le dedica a Prunetti es una síntesis de los avatares de la clase obrera del siglo XX, la de la fábrica, que salta al XXI con sus características heredadas a las que ha sumado otras nuevas. El propio Prunetti, en ese 'Amianto', escribe la biografía laboral (y por tanto la biografía total) de su padre Renato que nació en 1945 y se recorrió los lugares más sucios de la industria italiana que le machacaron el cuerpo hasta llevárselo por delante antes de cumplir los 60. El viejo Renato también sufrió la inestabilidad, el desempleo y el ser falso autónomo, la insalubridad en el trabajo y la lucha infructuosa porque le reconocieran la causa laboral de su cáncer, el amianto del título, cosa que sólo sucedió tras haber muerto.
Así que leer a Prunetti es a veces llorar por la invisibilizada clase operaria en la que él no hace turismo como otros autores para escribir la poesía que recorre sus páginas, sino que reivindica formar parte de ella y haber jugado al fútbol en solares pedregosos entre naves industriales. Orgullo proletario.
En la segunda parte de la trilogía, '108 metros. The new working class hero', Prunetti cuenta su propia historia como trabajador emigrante en Reino Unido en empleos miserables. Haber ido a la universidad, que su madre lo arrancara de su destino en la fábrica, no lo ha llevado a escalar peldaños en esta sociedad estratificada.
Viejos obreros y jóvenes precarios
Este hilo conductor entre los viejos obreros y los jóvenes precarios (aunque Alberto Prunetti no sea tan joven, es más que cincuentón) induce a pensar que el último conflicto generacional artificial, prefabricado y renacido a raíz del libro de la periodista Analía Plaza 'La vida cañón' (Temas de Hoy) trata de esconder o de apaciguar la lucha de siempre, la de clases, ricos y pobres; escurrir el bulto, despejar la bola... Y estamos en el Livorno de Prunetti y hablamos de Isaac Rosa, a éstos no se les engaña, no pierden el foco.
El azar de encontrar a Rosa se debe a que se indaga en el sitio en que él siempre está, en la belleza de las antiguas fábricas, los astilleros en ruinas, las hermosas manos callosas de los obreros, en sus cuerpos mancillados por los accidentes laborales, en los trabajadores de la cultura que cobran a la pieza, en las kellys, en las cuidadoras a destajo de los mayores... Renato y Alberto Prunetti iban a ver fábricas y les encantaban sus chimeneas, jugaban a calcular su altura. Sí, la clase obrera sí tiene quien la escriba. Gracias, Prunetti; gracias, Rosa.
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