Es evidente que la crisis del coronavirus va a tener un impacto imprevisible en nuestras vidas. Al efecto en la salud mundial, sobre la que ... muchos expertos se afanan en aclarar que no será mayor que la de la gripe común, se unen las consecuencias económicas de una especie de histeria colectiva que se ha instalado en el mundo. Si no es tan grave, ¿por qué medidas preventivas y aislamientos tan extremos? Da la impresión de que el verdadero temor es que el número de infectados por el virus se descontrole y no haya capacidad de atención para todos en los hospitales. Ello podría causar un miedo mayor.
Sea como fuere, todo el mundo habla del coronavirus. Uno tiene la impresión de vivir en directo una de esas películas de catástrofes globales y, aunque se mantenga la calma, no deja de mosquear. Es la primera vez, quizá, que la propagación de un virus se está retransmitiendo casi en tiempo real por todos los medios del mundo, lo cual tampoco ayuda a la calma.
La realidad es que, al margen de la emergencia sanitaria, que previsiblemente acabará en pandemia como vaticina la Organización Mundial de la Salud, lo más preocupante es cuánto y cómo aguantará la economía mundial, ya que el coronavirus no sólo ataca al ser humano, sino a las estructuras de la globalización. Las pérdidas millonarias por la suspensión de eventos como el Mobile Congress de Barcelona, el Carnaval de Venecia o la ITB de Berlín; la cascada de expedientes de regulación de empleo temporal, como los puestos en marcha por grandes factorías como Fujitsu o Wolkswagen, o el colapso de las exportaciones, como en el caso de la industria cárnica, son sólo unos de los miles de ejemplos que amenazan hoy nuestro estilo de vida.
El Gobierno de Italia ya ha suspendido el pago de recibos de agua y luz e, incluso, de las hipotecas, lo que permite adivinar la trascendencia de esta parálisis en el país transalpino. Si el coronavirus ataca la movilidad de las personas y mercancías por el mundo, el sistema no funciona. Y se desmorona como un frágil castillo de naipes.
Es por ello que los Estados y las grandes organizaciones internacionales deben estar a la altura y calibrar sus decisiones, especialmente para evitar que se desencadene un pánico global que, como siempre, saca a relucir los instintos humanos más primitivos. Los cimientos y las estructuras de nuestro mundo son globales, por lo que sería inconsciente intentar arreglar este problema de una manera local.
Parece contraproducente ocultar información sobre la devastación económica que esta crisis puede causar. Porque puede tener una trascendencia mayor que el propio coronavirus si no se pone remedio, cuanto antes, a tanto nerviosismo irracional que lleva, por ejemplo, al robo de miles de mascarillas en hospitales como si con ello se preparasen para el fin del mundo. De locos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión