La crisis del amor romántico

Hay formas muy distintas de engañar a alguien y cosas mucho peores que poner los cuernos. Hay frases que duelen más que un guantazo. De fondo, pervive un sistema que promueve la falacia de pertenencia de la pareja, y que es semilla de muchas formas de violencia y de malestar. Pasa en las mejores familias: el dolor de haber sido engañado y el sentimiento de culpa por haberlo hecho promueven la traición y dinamitan un sentimiento de exclusividad basado en el sacrificio -el trabajo de convertir algo en sagrado- con el convencimiento de que desear a alguien nuevo supone dejar de amar a la persona a quien se deseaba antes, como apunta Vasallo. No basta con aprenderse y ejercitar la 'Ética promiscua' (o 'The Ethical Slut', una biblia para los poliamorosos) porque, al final, por tratar de romper cadenas o por sentirnos más queridos, hemos sometido las relaciones a un supermercado emocional que resulta egoísta y generador de narcisismos. Las relaciones abiertas se limitan a abrir la cantidad de encuentros, pero no cuestionan ninguna jerarquía. Las parejas hacen tríos con personas solteras o se practica la promiscuidad hasta que se encuentra el 'amor verdadero', que sostiene una apariencia original de eternidad, hasta que esta también se derrumba.

Mucha gente se rompe en el camino del amor. Le ha pasado a una marquesa, igual que pasó antes a su madre o a su padre y seguirá ocurriendo durante generaciones, afectando a todo aquel dispuesto a amar o a ser amado. La alternativa consiste en crear una red afectiva sólida, apoyarte en los amigos o apoyarte en una barra y prometer que no volverá a pasarte, que no volverás a caer, hasta que llega lo próximo y entonces vuelves a creer, temporalmente, en el amor.