Cotillas y avergonzados
El profesor Arsuaga, el prestigioso paleontólogo, afirmaba hace unos días que, a diferencia de los humanos modernos, los neandertales no conocían el sentimiento de la ... vergüenza. No nos vengamos arriba, es pura biología, niveles de testosterona y glucocorticoides. Por otro lado, Yuval Noah Harari, sostiene en su famoso libro 'Sapiens' que el cotilleo resultó un elemento esencial para la evolución humana. La mezcla de esas dos cualidades, la vergüenza y la afición al cotilleo, puede tener consecuencias terribles.
Estos días hemos conocido el caso de una joven mujer -una joven madre, oí decir en la presentación de la noticia- que se ha suicidado después de conocer que entre sus compañeros de trabajo circulaba un antiguo vídeo de contenido sexual en el que ella aparecía. Me llamó la atención la expresión 'joven madre', porque el suicidio de una madre es una tragedia dentro de una tragedia. En un descanso de una larga noche de guardia, allá por 1983, con el subfusil dormido junto a mi pierna como un perro fiel y peligroso, leí a Margarite Yourcenar: «Un niño es un rehén. La vida nos tiene atrapados». Cuando tienes un hijo, incluso cuando tienes una planta, venía a decir Yourcenar, ya no te puedes suicidar. Por eso el suicidio de una madre nos remueve las entrañas, porque es más fácil separar los elementos del núcleo de los átomos que a una madre de sus hijos. Mucho dolor debió sentir la joven, demasiado.
Los humanos hemos usado durante miles de años la vergüenza y el cotilleo como mecanismos de control social, y probablemente el temor de los poderosos al deshonor, a andar en boca de la gente, ha evitado comportamientos egoístas, crueles o inhumanos. Aunque también ha servido como mecanismo de represión, no menos cruel e inhumano, contra los diferentes, o simplemente contra los más débiles. De hecho en los últimos tiempos las llamadas 'tormentas de mierda' en Internet se han convertido en un terrible arma de destrucción de vidas y reputaciones.
Inicialmente las víctimas de esas tormentas eran los políticos y los famosos, a consecuencia de algún acto reprobable. Luego no hizo falta que el acto en sí mismo fuera reprobable. Ahora basta un bostezo en el escaño. No digamos ya si caes en la trampa de un policía corrupto, un periódico de partido y un juez estrella. Del ataque a los políticos y a los famosos se pasó al ataque a sus hijos. Sin ninguna razón, sencillamente como entretenimiento. Si un columnista famoso, por infame, puede vejar a la hija adolescente de un político, y recibe el aplauso de cientos de miles de personas, por qué no lo van a hacer en las redes sociales con la hija de un electricista sus menos famosos, pero igual de infames, compañeros de clase o de trabajo. O por qué no lo iban a hacer con una madre, si se puede.
La rueda no para, mañana quizá salga la lista de las personas que difundieron el vídeo de la joven madre que se ha suicidado, y habrá quien la comparta en las redes, por diversión o por castigo, o porque hay quien se divierte castigando. Extraña especie la nuestra.
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