Corrupción y transparencia
CARTA DEL DIRECTOR ·
En otros tiempos, Jordi Pujol y su familia se habrían ido de rositas. Sin castigo y con los millones de euros robados a través de ... comisiones y componendas en sus cuentas corrientes. Para ellos y para sus herederos. Quizá Pujol habría pasado a la historia como un político honorable y sólo en las sobremesas de la burguesía catalana se hablaría de sus fechorías. Y algo parecido habría ocurrido con el rey emérito, Juan Carlos I, cuyos desmanes no cruzarían la frontera de las habladurías y su figura sería más recordada por su papel en la Transición que por su amistad con Corina y los regalos millonarios de Arabia Saudí. Y, al contrario, me pregunto cuántos personajes de ayer admiramos que hoy tampoco pasarían el filtro de la transparencia. Mejor dejarlo ahí. Muchas estirpes se han construido a lo largo de los siglos sobre la base de la cercanía al poder, las componendas y la corrupción, pero entonces era algo asumido, reconocido y hasta aceptado. Basta echar un vistazo a la época del franquismo y a los que progresaron económicamente bajo la sombra del dictador o simplemente al amparo de un gobernador. Cuántas concesiones, cuanta información privilegiada, cuántos prósperos negocios a dedo.
La única gran diferencia entre aquellos tiempos y estos es la transparencia y el control al poder que se ejerce desde la sociedad civil en un Estado democrático como España. Hoy, sin ir más lejos, la Expo de Sevilla del 92, por poner sólo un ejemplo, hubiera sido un gran escándado regado de millones, adjudicaciones a dedo, nepotismo, etc. Han cambiado los tiempos, y menos mal que han cambiado. Basta con alejarse un poco de la realidad para concluir que lo que hoy nos parece un escándado no hace mucho tiempo parecía algo normal, frente a lo que la sociedad, en general, miraba para otro lado. O quizá miraba para el único lugar que le dejaban mirar.
Pero esta decepción generalizada, esta sensación de sentirse defraudado, no debe impedir que separemos el grano de la paja. Porque en España podemos afirmar que la corrupción no es sistémica, sino personalista. Y eso es lo realmente importante. El Estado, en toda su estructura, tiene herramientas para detectar y sancionar aquellas actuaciones ilícitas para, así, salvaguardar sus instituciones. El caso de los ERE en Andalucía fue un alarde de corruptelas, pero eso no significa que la Junta de Andalucía sea corrupta; lo es cada una de las personas que traiciona su cargo y su responsabilidad para enriquecerse. El hecho de que ministros y secretarios de Estado de varios gobiernos de España hayan pasado por la cárcel no convierte al Ejecutivo en una institución corrupta. Y lo mismo ocurre con la Monarquía Parlamentaria. La verdadera inteligencia colectiva de un país pasa por preservar y defender las instituciones del Estado al margen de lo que hagan aquellos que las representan.
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