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Condenados a repetirnos

Elena de Miguel

Málaga

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Miércoles, 14 de noviembre 2018, 00:05

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Más vale hacernos a la idea: volveremos a ser la peor versión de nosotros. Ya el filósofo alemán Oswald Spengler definió el devenir de la humanidad como el bucle Juventud-Crecimiento-Florecimiento-Decadencia contra el que poco o nada se puede hacer. En su libro más conocido, 'La decadencia de Occidente', sostiene que todas las civilizaciones presentan rasgos vitales similares y que el ciclo es irremediable. Poco importan un puñado de siglos arriba o abajo, el historiador mantiene que estamos condenados a repetirnos, a calcarnos en nuestros burdos errores, en nuestros colapsos, de los que jamás aprendemos lo suficiente. Los movimientos colectivos, las tendencias políticas, las rupturas sociales e incluso los personajes protagonistas se reiteran. Antes que Trump hubo otros Trump, y también le sucederán otros semejantes, igual de toscos y temerarios, que azucen el nacionalismo más básico, el odio más primario y gobiernen con desdén miserable. También habrá otras masas crédulas, desencantadas o inflamadas, dispuestas a atenderlos y encumbrarlos. Según el diagnóstico 'spengleriano', si nos fijamos en lo que fuimos o vivieron quienes nos precedieron, podremos pronosticar lo que seremos. Una evolución arqueológica en la que sólo basta desempolvar el ayer para leer los posos del futuro.

«Los demonios del pasado resurgen». Así evocó el pasado fin de semana el presidente francés, Emmanuel Macron, las lecciones que nos brinda la Historia en su intervención ante mandatarios de todo el mundo durante los actos para conmemorar el final de la Primera Guerra Mundial. «Recordémoslo», insistió como una letanía ante desmemoriados incapaces de aprender de una guerra que llenó los camposantos. Conviene incidir. Apenas pasaron veinte años, no hubo margen ni para distraerse, y a la Gran Guerra le siguió otra más desmesurada y mortífera. «¡No olvidemos!», perseveró Macron. Y, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo evitar algo tan humano como que generaciones venideras menosprecien a las que les vivieron antes, con esa alegría indiferente del que tiene toda la existencia intacta? Nadie nace con la herencia de la sabiduría, mucho menos del miedo o del sufrimiento, de los que le aventajaron en la línea del tiempo.

Y ya en este presente que nos parece único e irrepetible, sin darnos cuenta, una vez más, reincidimos. Asistimos con ojos de gato curioso antes de que el coche nos arrolle al peligroso resurgimiento de los nacionalismos -«Ser catalanes o nada» (Torra)-; a la proclamación de la pureza -«Somos el único país en el mundo donde una persona viene y tiene un bebé, y el bebé es un ciudadano de EE UU» (Trump, una vez más)- o a los llamamientos excluyentes y xenófobos -«Estamos abiertos a homosexuales e inmigrantes, siempre y cuando se integren con los españoles y con nuestra forma de vivir» (Vox)-. Podemos regocijarnos en nuestra amnesia o quizá, esta vez sí, nos convenga hacer el esfuerzo de mirar atrás.

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