No me cogen
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A veces hay que ponerse en modo avión o apagar el teléfono y dejar de estar disponibleLa disponibilidad completa ya no se valora. La gente está dejando de llamar por teléfono. No a mí, que tengo algunos amigos muy parlanchines, pero ... sucede en general. Lo ha traído la generación millenial, pero el fenómeno se está expandiendo a todas las generaciones. La Z es mucho peor. Para lo que menos se usa el teléfono es para hacer llamadas, mucho menos para recibirlas.
Algunos esperan a que termine la llamada para preguntar por escrito qué pasa, pero aunque esté tirado en el sofá el teléfono no se coge por las buenas. Da ansiedad. Para los que prefieren hablar, una opción recomendable es consultar por escrito si la llamada es posible, quizá poniendo 'para charlar' y hacerle saber que no es urgente, a no ser que lo sea, porque entonces se llama varias veces, hasta que lo cojan. Esto no tiene nada que ver con lo que se hacía antes. Los que venimos rozando los cuarenta estamos entre dos mundos. En teoría somos millenial, nacimos entre el 81 y el 97, pero los más talluditos somos millenials de segunda. El eslabón. No somos nativos digitales del todo, hemos enviado cartas manuscritas o grabado cassettes y veíamos películas en VHS, a una calidad que ahora consideramos inaceptable. Nos hemos actualizado y más o menos controlamos todo, tampoco hay que estar dispuesto a mantener conversaciones casuales por Whatsapp, a escuchar mensajes de audio de más de dos minutos (a partir del primero ya se sube la velocidad a la grabación, vaya invento) ni a agotar temas trascendentales en conversaciones con personas que, pese a todas las posibilidades de la literatura, no miran por sus textos, no conocen el punto ni la coma y mandan 30 mensajes para decir lo que podría resumirse en un par de frases que a ti te llegan tal y como les sale de sus profundidades, sin filtro, pero con su correspondiente chorreo de notificaciones. El tiempo demuestra que en todo caso hay gente con la que no se puede hablar y sí se les puede escribir, y al final es lo mejor, quién sabe, precisamente, si por las posibilidades de la literatura.
Se producen resistencias. Hay maduros, incluso millenials, que se hartan de los mensajes y deciden dejar de tener Whatsapp. Entonces, esos sujetos descubren que su red de contactos empieza a limitarse, también sus planes sociales o intelectuales, para bien o para mal, y su comunicación se concentra en quienes tienen el mismo modelo de teléfono y pueden enviarse mensajes entre sí, como si fuera Whatsapp, y llaman sin avisar, claro, porque el SMS ya es muy retro. Estamos ante una sociedad cada vez más muda pero que no se silencia. De vez en cuando hay que ponerse en modo avión, apagar el teléfono y no estar disponible. En un estado presencial.
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