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Por más que nos pasen -y nos pesen- los muertos y sus necrológicas, nunca llegaré a entender por qué tenemos que esperar al momento del ... adiós para contar las cosas buenas que las personas dejaron en vida. Estaremos de acuerdo en que, en general, 'enterramos' muy bien, que no es otra cosa que reconocer que muchas veces somos injustos con los legados de los que se van y que no damos las gracias o lo que sea que haya que dar cuando aún estamos a tiempo.
Pensaba en esta teoría tan retorcida de la condición humana hace unos días, cuando la muerte del expresidente uruguayo Pepe Mújica volvía a poner a todos de acuerdo. Y en este caso, sin embargo, con la feliz excepción de que, ya antes de su partida, el mundo lo consideraba un hombre eminentemente bueno, o al menos digno de ser escuchado. Que ya es mucho. Qué digo, que ya es todo. Por supuesto que estarán los que piensen que blablabla -¡disparen!-, pero no se podrá de decir de Mújica que no se convirtió en un referente de coherencia en un mundo donde demasiadas veces decimos una cosa y hacemos la contraria.
Les digo que en estos días, también, me ha dado por repasar algunas de sus reflexiones, convertidas ahora en vídeos virales de Tiktok con imágenes de playas, bosques, flores y músicas zen y, de fondo, la voz pausada y profunda del bueno de Mújica. Me pregunto qué pensaría de ese fenómeno el hombre que suplicaba que dejáramos «el aparato» para mirarnos adentro y encontrar esa manera de decir y hacer en la misma dirección.
De entre todas esas reflexiones, me quedo con la del «no se cansen». «No se cansen de ser buenos, aunque ser bueno no sirva 'pa' mucho, sirve 'pa' no arrepentirse con uno mismo. Hay que aprender a hablar con el que llevamos dentro». Lo decía, casi vencido por la enfermedad y con un gorro de lana lleno de agujeros, el hombre que no quiso vivir en un palacio presidencial y que admitía que a pesar de sus ganas de cambiar el mundo no había logrado «un carajo». Quizás sí lo hizo, aunque fuera un poco. Y puede que eso haya bastado para que, al menos, el aplauso por su coherencia le haya llegado en vida. Que no se hayan dejado las gracias para luego.
El mensaje, desde luego, no puede ser más revolucionario en el mundo que vivimos. Puede que muchos piensen que no cansarse de ser bueno puede resultar bobo e infantil, pero ahí radica la esencia del cambio global que tanto reclamamos. Mirarse adentro, buscar la mejor versión y conectar con esa coherencia tan necesaria. Empezar el camino aunque sólo sea con un paso. Y sobre todo, no cansarse.
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