Camino a la servidumbre
La verdad no es una excusa. Los atajos la incomodan y la pervierten. La libertad no es una ley que está por publicar. La mitad ... más uno que obliga. La política no es la protagonista principal de la sociedad. Es una invitada, por mucho que se empeñe. El camino a la servidumbre es el triunfo del totalitario, donde la mentira sustituye a la verdad y la libertad está sometida por la ideología radical.
Las democracias liberales occidentales están sufriendo un auténtico asedio por parte del populismo, el totalitarismo del siglo XXI. Esta nueva ideología pretende ajustar cuentas con el individuo, como sujeto poseedor de derechos y libertades que defiende la Justicia, en favor de lo que denominan los intereses de la democracia popular. El populismo en política parte de la máxima del «primado absoluto de la política».
Cualquier referencia al contrapeso del Poder Judicial o el Derecho, incluida la relativa a la propia Constitución como norma de valores democráticos e instancia jurídica, la experimenta como un corsé insoportable. De ahí que por un lado quiera desacreditar el papel de la Justicia en la convivencia en un país democrático, y por otro, su intención constante de colonizarla convirtiéndola, de límite a la política, en un puro instrumento de ésta. El poder judicial es garante de los derechos y libertades de todos los ciudadanos. Esa es la razón por la que los populistas no cejan en el empeño de manosearlo e intervenirlo para poder controlarlo. Y la estrategia para lograrlo pasa por el deterioro de su imagen ante la opinión pública aprovechando que, por razón de su posición, quienes imparten justicia no se pueden defender con las mismas armas que los políticos.
Aquí es donde encontramos la nueva piedra filosofal de los nuevos totalitarios, el tristemente conocido lawfare, la instrumentalización de la Justicia por parte de la política. Para reconocer a un auténtico populista sólo hay que comprobar su relación con esta palabra importada que viene de law (ley) y warfare (guerra). Este proceso lo hemos observado ampliamente en Hispanoamérica a principios del siglo XXI para explicar causas judiciales en Brasil contra Dilma Rousseff y Lula da Silva o las acusaciones de corrupción a la argentina Cristina Fernández de Kirchner o al ecuatoriano Rafael Correa. El denominador común en estos casos era la corrupción como forma de ejercer el poder.
Nos encontramos ahora en España discutiendo si son galgos o podencos, cuando lo que realmente debemos reconocer es si estamos adentrándonos en el camino de servidumbre que impone el populismo radical patrio. Ya lo dijo Hayek: «lo que una sociedad libre ofrece al individuo es mucho más de lo que podría hacer si sólo fuera libre».
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