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Quedan unas pocas horas para que se consume la Navidad. El tránsito de un año a otro en el que todo queda más o menos en suspenso y la ciudadanía se entrega voluntariamente a un estado narcótico en el que se aplazan los conflictos cotidianos ... y el futuro se reviste de promesas y propósitos íntimos que se irán diluyendo con el paso de los días. La política también participa de ese limbo generalizado. El paréntesis supone más una tregua para los ciudadanos, que dejan de oír el cansino soniquete de sus representantes, que para los propios políticos.
En el pasado era frecuente que en estas fechas se le atribuyeran a los políticos peticiones a los Reyes Magos en tono más o menos sarcástico. El abono a un gimnasio de lujo para Aznar, un peluche para Zapatero o una suscripción eterna al diario 'Marca' para Mariano Rajoy. Por lo chusco del asunto o quizá porque se consideró que los padres de la patria tenían de todo, la moda pasó. No se sabe si ahora habría que pedirle un teléfono nuevo al fiscal general para que restituya el que al parecer extravió o una brújula para que Núñez Feijóo acabe de orientarse. La petición ciudadana va por otro lado. Calma, serenidad, mesura. Imaginación. Cambiar el disco. Dejar de dar la chapa. Que no nos rayen. Que inventen.
Se pueden aplicar el mensaje en la jerga que quieran, pero el sentido es el mismo. La política es un acto creativo. Puede serlo, aunque en estos momentos no nos lo parezca. Van a darle el paseíllo post mortem a Franco. Muy bien. Ya puestos a repasar la historia podrían detenerse los promotores de la revisión y sus antagonistas en lo que sucedió a la muerte del dictador. En cómo la imaginación de Torcuato Fernández Miranda sumada a la ingeniería emocional de Suárez y al legítimo afán de supervivencia de Juan Carlos I, con la pertinente visión de futuro de la izquierda del momento -léase Felipe González y Santiago Carrillo-, se aliaron para revertir los acontecimientos previstos por los herederos del Movimiento y transformar la dictadura en una democracia. A aquel oscuro calcetín le dieron la vuelta con un sofisma al que llamaron 'De la ley a la ley'. Al abandonar el territorio narcotizante de la Navidad sería sorprendente encontrarse con algo parecido no ya a la Transición sino a un cierto espíritu creativo, con una ventana que nos libre del aire estancado. Sin embargo, lo que se nos anuncia es la prolongación del desfile. La cansina repetición de la máquina del fango o del mensaje viciado que considera ilegítimo al Gobierno. Una cabalgata de cartón piedra con pajes acusados de latrocinio y desde cuyas carrozas nos seguirán arrojando caramelos caducados.
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