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Ignacio Morillas, un abogado granadino que ejerce desde hace veinte años en Londres, ratificaba el pasado jueves con algo más de media sonrisa en el foro sobre 'Brexit' que organizó SUR cuando se le bromeó con el hecho que la burocracia y los pleitos será quizás el único 'sector' que ganará con el 'Brexit'.

La realidad es que nadie, ni tampoco los bufetes como el suyo, se frotan las manos ante un futuro que se abre hostil y desconocido para todos, más allá de ese próspero vivero que acaba de reverdecer para que la burocracia lo inunde todo, incluidos los centros de decisión de una UE menguada y desconcertada. Daniel Brenann, el vicepresidente de la Cámara de los Lores, dejaba mudo, pero no sin risas, al auditorio cuando hispanizó su retranca british al finalizar su magnífica intervención. Aseguró que el 'Brexit' era más que la madre «la suegra de todas los desastres».

Al escuchar a este lord enamorado de España y de una aragonesa desde hace 50 años su análisis del alma de isleños brexiters renacidos de dos guerras mundiales tentados por el manejo populista de la indignación –«el 'Brexit' fue la respuesta al malestar de la crisis»– pocas dudan quedaron de que el desafío no tiene marcha atrás en la democracia más antigua del mundo y con el Parlamento más independiente. A todas las crisis se les aplica el diagnóstico chino de que encierran una oportunidad, pero el 'Brexit', más que crisis, es una enfermedad rara sin tratamiento más allá de los planes de contingencia, sector a sector, con los que habrá que convivir. Gran Bretaña, con un PIB igual a la suma de los 18 socios europeos más pequeños, nos ha deparado bodas y funerales del siglo y abril tiene todos los focos para el gran divorcio.

El acuerdo de medio millar de páginas tiene por ahora más aspecto de papel mojado que de medidas provisionales hasta la separación legal. El miedo a esa ruptura a las bravas es tan real como la frontera física que dibuja el acuerdo entre Irlanda del norte y la República de Irlanda y que ha convertido la Cámara de los Comunes en la trinchera que mantiene a May casi sola ante los suyos, Juncker y el infierno. A las 12 de la noche del 29 de marzo, si nada cambia, las fronteras virtuales de la Europa en la que hemos crecido serán otra realidad ya casi olvidada. Controles segregados en aeropuertos y puertos y más inspecciones al transporte y al movimiento de personas regresarán como foto de otro tiempo. Todo se volverá tan lento y complejo como unos y otros queramos, incluso sin mirar hacia el Peñón.

Más allá de la letra legal habrá una manivela del malestar sin manual de instrucciones y expuesta a que el resentimiento y el despecho le den vueltas. El principio jurídico de la reciprocidad es de primer trimestre de Derecho Internacional, pero el derecho se puede torcer y hasta retorcer con normas menores. Todo es posible, y nada más indeseable para Málaga, la isla británica de Andalucía y mejor conectada al otro lado del Canal, que pagar tanta sangría de la mala.

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