Bla, bla, bla...
Los candidatos y toda su maquinaria saben que hemos cogido la sabia costumbre de descreer de sus promesas
No hay que ser un lince de la politología para vaticinar que esta campaña electoral que empezamos anoche va a ser soporífera en el mejor ... de los casos. Los candidatos y toda su maquinaria saben que hemos cogido la sabia costumbre de descreer de sus promesas. Francamente, no pienso que ni siquiera ellos mismos se las crean. Al fin y al cabo, da la sensación de que las campañas se han convertido también en una obligación para los partidos, en las que han sustituido las ideas por eslóganes facilones y 'hashtag' más o menos ingeniosos. Ahí está el Gobierno andaluz del cambio, enredado con Principia (ahora sí, ahora no), el metro descartado al PTA (anda por ahí un vídeo de las andaluzas en el que Juanma Moreno le ponía tres años de límite a que el suburbano llegara a la tecnópolis) o la esperanzadora reforma de la sanidad que nunca llega y que ya empieza a enervar a los profesionales, que tenían fe en que esta vez sí se iban a hacer las cosas bien.
Ahí está el PSOE, aturullado con la territorialidad y haciendo un programa electoral edición nacional para sofocar la indignación general con los disturbios organizados por Torra; y otro edición Cataluña al dictado de Miquel Iceta y su PSC. O el PP de Casado, obsesionado con ocupar el centro que le arrebató Ciudadanos sin darse cuenta de que, con el fuego catalán aún incandescente, es Vox el que le está quitando la merienda por la derecha a fuerza de alardes rojigualdos que ríase usted de la 'superbandera' de la madrileña plaza de Colón. Y los de Rivera, a punto de quedar fagocitados por su propia desubicación.
Y entretanto, la izquierda más radical, perdida en sus contradicciones y fracturas. Con Iglesias y Errejón escenificando su divorcio para perplejidad de quienes creyeron en el 15-M; con Izquierda Unida convertida en un remedo de la severa ama de llaves de 'Downtown Abbey' en la mansión de los Iglesias-Montero de Galapagar al más puro estilo Ibex-35.
Y en fin, en medio del sainete, con Franco resucitado y la élite científica de este país pidiendo a gritos que dejen de quitarles ya dinero para las probetas, los ciudadanos asistimos descorazonados a este episodio chusco de parlamentarios de uno y otro signo que se dan de alta en Blablacar para cobrar viajes compartidos a Sevilla pese a disponer de unas dietas de desplazamiento con las que usted y yo nos haríamos un crucero por Venecia con sobrante incluso para algún 'souvenir' a cuñados y amiguetes.
Es, como escribía el otro día mi querido José Manuel Atencia, 'la política del bla, bla, bla...' El vodevil en el que ha degenerado la partitocracia, gracias al cual más de uno (y de dos) se han instalado en el chiringuito para comer a gastos pagados. Y luego cogerse un Blablacar.
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