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El apagón

Viernes, 2 de mayo 2025, 02:00

Al reflexionar tranquilamente sobre el apagón que sufrimos el otro día es cuando me entra un miedo cerval, inexplicable, el que no sentí, por cierto, ... esta semana en los momentos en que navegábamos en negro. Permítanme que viaje hacia atrás sin ira. Hace casi veinte años en la bella ciudad de Saint Louis de Senegal, cerca de la frontera mauritana, entre el río Senegal y la «lengua de la Barbería», una extensión de arena que va del continente africano al inmenso Atlántico, precisamente cuando cruzábamos ese impresionante armazón de hierro y acero llamado puente de Faidherbe, una de las obras más importantes de la Francia colonial (1865/1890), se produjo un apagón, «un blackout radical», fundido en negro escalonado, en el que Saint Louis desapareció en dos minutos. Se evaporaron las luces de los hoteles de arquitectura colonial y la catedral, justo enfrente de nosotros, guía espiritual de la minoría católica senegalesa, se hizo oscura, como la piel de sus feligreses del continente olvidado. Aquel apagón no duró mucho, pero lo bastante -quizá una hora- para pensar, parados en mitad de aquel puente majestuoso, que de repente nos arrastrarían las olas de un Atlántico feroz por muy endulzadas que estuvieran sus aguas con los aportes del río Senegal. Recuerdo que a mi lado una parejita de gabachos temblaba más que los pobres soldados de su país tras la derrota fulminante ante los nazis en 1940. Pronto se hizo la luz y poco después en la coctelería, forrada iluminada con lámparas de René Lalique, del Hotel de la Poste, Saint Exupéry, en la década de los veinte, dejaba y recogía sus cartas aéreas -Saint Louis/Tánger/París-, y se empinaba varios dry martinis antes de volver al cielo. No obstante, el maître wolof del hotel nos calmó: «Los apagones son semanales en Saint Louis, no hay problema, no pasa nada, es cuestión de acostumbrarse. Los dioses velan por nosotros, incluso el dios blanco». En 2005 tuve otra experiencia similar en La Habana, menos estética, a pesar de que aquellas farolas que estallaban sobre nosotros lo hacían en las inmediaciones de otro hotel maravilloso, el Hotel Nacional, 1930, gloria del presidente Machado, cuyo sucesor en el tiempo, el ya finado Fidel Castro, se empeñaba en dejar en la caverna del marxismo caribeño. Me pregunto si el apagón hispano-lusitano del otro día no ha sido sino la metáfora de un periodo de contradicciones históricas en el que cuanto más avanzamos más retrocedemos, y en las calles, en los bulevares, una generación sin valores, sin cortesía, convive con lobos y jabalíes hambrientos. Ya lo intuimos: una sociedad en franca decadencia que se refleja en el espejo de un pasado que nunca fue.

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