Antonio Romero
El cuerpo era de Sancho Panza, el espíritu de don Quijote. No era hidalgo de los de lanza en astillero ni adarga antigua, pero sí ... de los de galgo corredor. Antonio Romero cambió la lanza por la hoz y el escudo por el martillo. No estaba la cosa para hidalguías y blasones. El único león rampante que aparecía por Humilladero era el del trabajo. A los catorce años Romero estaba regando la tierra con el sudor de su frente, pero con la mirada alta en el horizonte del latifundio y del mundo. Rumiando la revolución. Le dieron los veinte años y a Franco se lo llevaron con los pies por delante del palacio del Pardo. Llegaba la libertad, y también la ira de algunos. Carrillo se deshizo de la peluca. Un viernes santo llegó el milagro y el PCE resucitó de entre los muertos. Y allí estaba aquel joven Romero dispuesto al vuelco social y a la hora de los justos.
Aseguran que el eurocomunista Carrillo le bajó el diapasón revolucionario y el afán de ocupar fincas para no darles más argumentos a los del búnker y el golpe de Estado. Moderación, comulgar con alguna rueda de molino en beneficio del propio molino. La paz, la democracia. A Romero le llegó la hora de los pactos. La asunción de responsabilidades concretas. Los cargos. Pero no se enamoró de la moqueta. Sus zapatones se sentían más cómodos por los pagos de Humilladero, viendo correr los galgos. De ahí sacaba la energía para arremeter desde la tribuna contra el mundo.
'El partido' disolvió algunas de sus esencias en Izquierda Unida. Llegó la hora del califa. Anguita. Este no venía del libro cervantino. Ni Quijote ni Sancho. Su ADN estaba en la Biblia. Mesiánico. Dueño de las verdades. Envenenado de antifelipismo y con la socialdemocracia tomada como un repelente, como una componenda abominable de la izquierda con el capitalismo y la podredumbre del liberalismo. Satanás. Romero se alistó en las filas de quienes más hostigaban a Felipe. Los GAL, Roldán. Las sevicias. Y las ínfulas disparatadas de quienes atacan molinos viendo gigantes. O al revés. Le llegó la hora municipal y Romero habló de encadenamientos en los antiguos establos humanos que fue El Bulto, propugnó mejoras y se consideró «alcalde moral». Un tiempo vivo para el municipalismo malagueño. Celia Villalobos, Eduardo Martín Toval, Romero. La Casona del Parque con resonancias de alta política como anticipo de Francisco de la Torre. Y la enfermedad. La retirada al cuartel de invierno y a la cuna. El Humilladero natal. Allí donde germinaron los sueños de alguien que creyó firmemente en la política como una herramienta, hoz y martillo, para traer la dignidad a los desheredados de la tierra.
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