Cuando hablamos del Estado nadie suele identificarlo con un partido político concreto; no así cuando pensamos en el Gobierno español, que inmediatamente asociamos al PSOE ... o al PP en función de qué formación esté en el ejecutivo. Con las comunidades autónomas es distinto, ya que el hablar de Junta de Andalucía, Xunta o Generalitat nos viene a la mente inmediatamente el partido de turno, con lo que la institución regional y el ejecutivo se mimetizan hasta el extremo. Por ello, no debe extrañarnos que después de casi 37 años con el mismo partido al frente, la Junta de Andalucía se haya considerado PSOE y hasta el propio PSOE se haya considerado Junta de Andalucía. En cierto modo, es absolutamente lógico que eso haya ocurrido y que esté incrustado en la percepción de muchos ciudadanos.
De la misma forma, parece evidente que España no se ve de la misma forma desde Madrid, Andalucía, el País Vasco o Galicia. Ni Andalucía se ve de la misma forma desde Sevilla, Almería, Granada o Málaga. Ni siquiera Málaga se ve igual desde la plaza de la Marina, la plaza de los Naranjos o desde el Balcón de Europa. Y todo ello ocurre igual no sólo en la política o en la convivencia territorial, sino en las empresas, los clubes deportivos, las cofradías o las peñas.
Hay que ver, por tanto, con normalidad las resistencias y dificultades para asumir cambio en Andalucía tras las elecciones autonómicas del 2 de diciembre de 2018. Al PSOE le cuesta irse y aceptar la invisibilidad propia de la oposición; el PP no termina de verse como Gobierno después de tantos años en el burladero de la oposición y parece abrumado por la cantidad de cambios y decisiones que debe tomar; Ciudadanos llega por primera vez y aún está por hacerse un hueco. Luego están los funcionarios, los empleados laborales, las empresas suministradoras de la administración autonómica, las entidades privadas, asociaciones, ONG, instituciones, fundaciones, colectivos y un sinfín de actores que intervienen en el sistema autonómico. Sin olvidar, los medios de comunicación, acostumbrados en este contexto a que PSOE y Junta fuesen lo mismo.
Cualquier cambio supone salir de lo que se denomina zona de confort. Pues imaginen la cantidad de personas que desde el 2D salieron de su comodidad habitual. Unos, expulsados de esa zona de confort (los que pierden algo: cargo, empleo, contratos o simplemente estatus); otros, incorporados a una nueva posición supuestamente beneficiosa (los que ganan algo). Y por último, los que ni han ganado ni han perdido pero que en su día a día cambian de rutinas, interlocutores, jefes, subordinados, compañeros, etc.
Así que la mejor medicina para todo esto es tener paciencia y asumir que nada volverá a ser como antes. Algunas cosas serán mejores, otras serán peores y otras permanecerán igual. Dependerá de la situación política, de la personal y de la territorial desde la que se mire. Al margen de ello, el cambio es el motor del mundo y la alternancia, el seguro de vida de la democracia.
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