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El secretario general del PSOE de Extremadura, Miguel Ángel Gallardo, ha ascendido súbitamente a los cielos del aforamiento. Había prometido ante los medios de comunicación ... que nunca utilizaría ese ardid para eludir los tribunales ordinarios. No quería ese privilegio. Deseaba ser tratado y considerado como un ciudadano normal. Como usted o como yo. Pero he aquí que la sombra de la Justicia se acercaba y el banquillo empezó a mostrar sus incómodas aristas. Además, iría acompañado del hermano del presidente del Gobierno. Había que evitarle al miembro de tan alta familia el trance. Darle esquinazo a la justicia del vulgo y pasar a estamentos superiores, como quien tiene un as en la manga.
De modo que he aquí que el ciudadano Gallardo se desdijo y emprendió el camino más corto hacia el aforamiento. Los cinco miembros que lo precedían en la lista electoral en la que había sido incluido como relleno se apartaron para dejar paso a la carroza real de Gallardo camino de la Asamblea de Extremadura. Todos, obedientes -generosos en palabras del ocupante de la carroza-, renunciaron al cargo de diputado autonómico para blindar a Gallardo. Y éste -importante rostro de hormigón- declaró que no contradecía la promesa anterior. Solo había cambiado de opinión. Algo que por desgracia ya nos suena a copla gastada.
Aforado Gallardo. Aforado y agarrado a su cargo Carlos Mazón como se agarraban desesperadamente los arrastrados por la riada a cualquier cosa que flotara. Y nos insisten en que no son privilegiados ni quieren preferencias ni distinciones con respecto a cualquier ciudadano. Como usted y como yo. Lo estamos viendo. Nos lo están demostrando a cada paso. Porque, más allá del meollo de la cuestión que afecta a la contratación del hermano del presidente y sea cual sea la cuestión central, la maniobra de Gallardo es de una falta de ética sonrojante. Sacada de la misma factoría que la cacareada máquina del fango. Fango para combatir el fango. Y hablando de fangos y barro cómo evitar al máximo enlodado del reino. Mazón. Aforado. Temeroso de salir a la calle, de quedar a la intemperie como si fuese un cualquiera. Si en el asunto Gallardo atufa la descomposición de la ética, en el caso Mazón apesta su podredumbre moral. Su intolerable escapismo. La pose cínica que ahora, siete meses después y en vista de su desfile por distintas instancias y estamentos, lo lleva a reunirse con las víctimas del día de la dana, del día de El Ventorro. Demasiados aforados, demasiadas artimañas y demasiados escondrijos para finalmente decirnos a la cara que ellos, los señores del aforamiento, no son como usted ni como yo.
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