A MANUEL ALCÁNTARA

Manolo, a mí me cuesta mucho hablar de ti y, sin embargo, me encanta hablar contigo. Porque a ti te podría llamar Manolo pero al nombrarte aquí debería decir Don Manuel Alcántara o, resumiendo, Maestro. Me resulta tan difícil escribir sobre ti porque cuando lo intento se me atropellan los adjetivos en los dedos y el diccionario se me queda corto. Tú no tienes sinónimo. Admiro tu carácter limpio, verdadero y tus caracteres ácidos e inteligentes que le dan a cada columna el peso de un Partenón entero. Admiro tu genio, el que te han dado los años y aquel con el que naciste. El genio que te hace decir las cosas claras con la elegancia propia de un Señor, y el genio que convierte las 21 letras que todos tenemos en un infinito que pocos han conocido. Tu magia es un milagro de la naturaleza. Tu memoria. Tus ganas. Tú, que te quedaste en Málaga (porque el que vuelve a casa es porque nunca se ha ido), tú honras esta tierra santa, este mar abierto, esta puerta a Europa, este lugar cualquiera donde a cualquiera le gustaría encontrarse contigo un día en la terraza de El Lirio y echarte flores. Aunque puedo imaginar a esa infinita humildad que tienes diciendo con ironía que las flores son para los velatorios. Tú que has vencido a la muerte y has conquistado tantas vidas. A ti me refiero, Maestro de referentes, columnista de cabecera, oración imprescindible de la santísima religión llamada Poesía. Tratar de enumerarte sería un pecado, intentar describirte es un combate perdido. Quererte, sin embargo, como te quieren los malagueños, será siempre inevitable. Algunos hemos tenido la suerte de compartir contigo un instante y a partir de mañana, Málaga tendrá entre sus tesoros un busto en tu honor. Y será, estoy convencida, desde el primer minuto, un santuario de poetas, un obelisco que apunte al buen camino, un granito de arena más en todo este horizonte que nos has construido. Gracias, querido Maestro.