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Las lágrimas de Obama

Teodoro León Gross

Jueves, 7 de enero 2016, 12:39

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Las lágrimas, en el código político, constituyen no sólo una excepción sino una anomalía. Parece entenderse que llorar es incompatible con el racionalismo ilustrado -Kant no lo haría- e incluso una debilidad humillante. Hace cuatro o cinco años ya le dieron cera a la ministra de Trabajo italiana, Elsa Fornero, por su llanto al anunciar los recortes drásticos. Y Santi González tituló su estupendo ensayo sobre el zapaterismo precisamente 'Lágrimas socialdemócratas', el relato de un tiempo de exhibición buenista, de gestión sustituida por las buenas intenciones, de impostación sentimental como bálsamo contra la realidad. Llorar está mal visto, pero ¿una lágrima es necesariamente debilidad? Ceccarelli elogió en La Repubblica a la ministra Fornero, por cierto no una 'bibiana' sino una prestigiosa catedrática: ¡También los técnicos tienen alma! Y en el Partido Popular -Soraya también lloró- parecen haber experimentado su propia caída del caballo camino de Damasco cuando proclamaron que debían tener 'piel'. Quizá han asumido al fin el argumento de la filósofa Martha Nussbaum al alertar del riesgo de ceder todo el espacio emocional a los populismos. La democracia liberal no es sólo racionalismo frío. Obama hizo bien en no esconder esa lágrima honesta -un 'llanto de varón varonil' como Neruda- que le da medida humana. Claro que un político no está para lloriquear sino para gestionar, pero eso no proscribe la emoción. Un líder parece más fiable si muestra sensibilidad ante un drama humano más allá de la literatura técnica del legislador.

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