El hombre invisible
La ausencia de Rajoy no admite ninguna interpretación interesante más allá del gesto cobarde
Teodoro León Gross
Miércoles, 9 de diciembre 2015, 12:51
Brillar en un debate, pero brillando por tu ausencia, no parece una gran idea. A Rajoy le perseguirá su plantón a los candidatos, escondido en ... Doñana entre el silencio de las marismas. De Rajoy a Rajao. En un balance básico, Iglesias salió a cazar el voto de izquierda castigando a Sánchez con punch («tengo la impresión de que en tu partido mandas poco») mientras el líder socialista perdía el mantra de 'única alternativa'; y Rivera, aunque arrastrando los pies como el toro anhelante por salir de chiqueros, apostó conservadoramente por parecer fiable. Los nuevos mejoraron a sus pares viejos. Con Rajoy escondido, no era difícil. Va de suyo que comentar la Champions o pasar un buen rato en casa de Bertín con el anfitrión dejándose ganar al futbolín como los rivales se dejaban ganar al billar con Fernando VII -¡así se las ponían!- es más cómodo que encerrarse a debatir con tres tigres, aun domesticados. El presidente no ha dado la talla. Su campaña va a centrarse en el voto del miedo a un tripartito irreal, confiando en que el votante conservador muerda el espantajo de ese anzuelo agitado por sus propagandistas mediáticos.
En 'The White House Years', Eisenhower se lamentaba de la prueba de los debates. El gran héroe de la Segunda Guerra Mundial, el general de cinco estrellas que organizó el Desembarco de Normandía, el tipo duro de la 'doctrina de las represalías masivas', temía subirse a un escenario a debatir. Sus quejas le resultarán familiares a Rajoy: desconfiaba de un formato donde la agilidad mental gana a las ideas de fondo. Y es así, pero no resulta muy honroso escaquearse como Rajoy. El presidente se tapó detrás de Soraya, confiando en que sus oponentes se cuidarían de victimizarla. Y ella cumplió oficiando como 'medium' de Rajoy desde el más allá. Un poco triste.
Oscar Wilde sostenía, con razón, que lo misterioso reside en lo visible, no en lo invisible. La ausencia de Rajoy no admite ninguna interpretación interesante más allá del gesto cobarde de rehuir el cuerpo a cuerpo. De haber estado allí, incluso habría podido resistir como en tantos rifirrafes parlamentarios. Pero no temía tanto la carga dialéctica de sus oponentes como verse al lado de Rivera con imagen de caballo viejo ante el 'potro gallardo', como decía Góngora de Lope. Rajoy está trabajando la cercanía pero sabe que su valoración personal es apenas de tres, con los peores datos históricos de un presidente; mientras Rivera es el único candidato que frisa el aprobado. Ante un duelo con tres jóvenes más atractivos y rápidos, el presidente prefirió la humillación de esconderse. Ahora podrá pensar, como el mítico personaje de H. G. Wells, «soy invisible, pero esta no es razón suficiente para ser reducido a pedazos por todos». Y se equivoca. Lo que ha salido malparado del debate no es su gestión o su programa, sino él. Como Cagancho en Almagro.
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