Nostalgia de Celia
Los candidatos tienen miedo a ser esclavos de sus palabras y acaban siendo esclavos de los argumentarios
Teodoro León Gross
Jueves, 3 de diciembre 2015, 12:17
Un debate electoral siempre es interesante incluso si sólo sirve para comprobar que el debate es poco interesante. Es el único modo de (aspirar a) ... ver a los candidatos sin el corsé de la campaña diseñada por sus cabezas de huevo con el catecismo oficial del partido. En definitiva, una campaña acaba por ser una tournée -actores que van poniendo en escena la misma obra, día tras día, en sesión continua- de modo que sólo este formato da para sacarlos del guión. Y en el plano local -punto para el periódico- esto tiene interés: a estas alturas se sabe casi todo de Snchz, Rivera o Iglesias, pero pocos han visto fajarse al superopositor García Urbano, el prudente revolucionario Alberto Montero o la altura de vuelo de Irene Rivera, piloto de helicóptero siempre con los colores corporativos.
Claro que esto es tan cierto como inútil: a la ciudadanía suele importarle una higa el cartel electoral de su circunscripción. Se votan siglas; y en todo caso a Rajoy, Snchz, Rivera, Pablemos o Garzón aunque por persona interpuesta. Los nombres de la provincia pesan poco -el candidato de Podemos ni siquiera conocía los apellidos del n.º 1 del PP- en el programa y en las urnas. La posibilidad de variar de voto porque el cartel sea Irene Rivera o Alberto Montero en lugar de M.ª Jesús Pasadas o Margarita Reyes, que cierran lista, es mínima. Y además en la conciencia colectiva está asumido que al Congreso van con el paso de la oca a practicar la disciplina de voto. Ni siquiera gente fajada como Celia ha logrado promover proyectos territoriales desde el hemiciclo. En el debate todos apostaron por el saneamiento o el tren litoral, dos asuntos que arrastran décadas de mentiras, incumplimientos y camelos bipartidistas.
Con todo, el debate siempre tiene más atractivo que una entrevista o un acto de partido. La confrontación arranca matices que no afloran en los monólogos, aunque en este caso la fluidez del formato '59 segundos', bien controlada por el moderador, enfriase la temperatura del cuerpo a cuerpo. Ahí nadie gana, aunque Heredia puntuó más que nadie e Irene Rivera poco. García Urbano, el superopositor al que sin duda le cabe el Estado en la cabeza como a Fraga, tiró de prestigio personal para compensar al PP; el veterano Heredia fue muy eficaz en el ataque al Gobierno, aunque es dudoso que lograra presentar a su partido como solución; el profesor Alberto Montero estuvo serio pero le faltó pasión; Irene Rivera no es Rivera, incluso estuvo un rato noqueada al no saber responder qué es la clase media («considero clase media a la clase media»), y Guzmán mantuvo la imagen de marca de Unidad Popular. Guante blanco, pocos riesgos, apenas choque... Los candidatos tienen miedo a ser esclavos de sus palabras y acaban siendo esclavos de los argumentarios del partido.
Al final de la coreografía más que nada se añoraba a Celia Villalobos, reina del ¡más madera!
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