A veces vemos a personas de edad, cuyos médicos les habrán dicho que no carguen con nada más pesado que una copa de vino, acarreando ... grandes paquetes de agua embotellada desde el carrito del supermercado al maletero de su coche. Estas personas, aparentemente con más dinero que sentido común, parecen vivir en la ilusión de que el agua mineral es mejor que el agua del grifo. Se equivocan. La salubridad y la calidad del agua del grifo están garantizadas por ley.
¿Y qué tiene de malo el agua mineral?, preguntarán algunos. Para empezar, sus envases de plástico filtran químicos con el tiempo, y el BPA, el material más utilizado, puede resultar dañino, además de tardar 450 años en descomponerse. Deberíamos estudiar cuidadosamente las etiquetas. La denominación 'agua mineral' no significa nada legítimamente, y tampoco ofrece garantías. Se estima que el 25% del agua embotellada que se vende procede de alguna red pública. Nestlé, por ejemplo, con centros de producción en todo el mundo, ha monopolizado los derechos del agua en cientos de países, poniendo en peligro el futuro de regiones donde este imprescindible recurso escasea. La multinacional suiza gana millones al año vendiendo agua de países tan secos como Etiopía o Nigeria.
La santificación del agua mineral es indefendible. Los restaurantes con sumiller de agua deberían revisar su política. Existe la creencia de que los clientes que piden agua del grifo lo hacen por ahorrarse dinero, pero en ese sentido deberíamos aprender de los estadounidenses, que la piden sin dudarlo.
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