La lucha por la supervivencia es el motor que impulsa a cualquier especie viva. Al ser humano, la tarea de procurarse alimentos le ha llevado ... a desarrollar su inteligencia, a emigrar, a explorar, a transformar entornos estériles en paisajes comestibles. A robar, esclavizar y matar, y también a comerciar, construir y cooperar. La evolución y todo el devenir histórico de la humanidad tiene que ver con conseguir el pan, la carne o las lentejas, y lo mismo sucede en el plano individual. La diferencia entre nacer en un país rico o en uno pobre se mide en la probabilidad de llevar a casa un plato de comida, en el número de horas necesarias para conseguirlo, en la oportunidad de poder pensar en otra cosa. A nosotros nos había tocado nacer en la parte afortunada. No hace tanto tiempo que entramos a formar parte de eso que llamamos 'países desarrollados', y lo que ha marcado nuestro ingreso en el club ha sido el aumento del número de personas que podían dar por garantizado el tener comida en la despensa. En parte, el ensanchamiento de la franja social que hasta hace poco llamábamos clase media, se ha debido a la posibilidad de disponer de la mayor abundancia de alimentos conocida en la historia. Ha sido gracias al perfeccionamiento de los medios de producción, conservación y transporte, que nos han proporcionado la saciedad necesaria para aspirar a conseguir otros bienes, seguros como estábamos de que toda esa comida tenía que seguir ahí, igual que estamos seguros de que si abrimos el grifo saldrá agua. Y de pronto, como un prodigio más de esta distopía en la que nos hemos despertado, las estanterías vacías de los supermercados nos recuerdan que toda esa comida hay que producirla, envasarla y transportarla. Que es un milagro que tengamos acceso a ella y un privilegio que no podemos dar por hecho, porque en realidad supone una excepción dentro de nuestra andadura sobre la Tierra.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
