La cultura de consumo 'low cost' en la que estamos atrapados puede terminar costándonos cara. Sin retrotraernos mucho en el tiempo, la pasada primavera alzaron ... sus voces desde la asfixia los ganaderos productores de leche, colectivo que según la Unión de Pequeños Agricultores (UPA) ha registrado un abandono de actividad de nada menos que el 25% en los últimos cinco años. A principios de julio fueron los viticultores de Jerez quienes dijeron que con un precio en campo de 39 céntimos de euro el kilo de uva, la pérdida de 3.500 hectáreas de viña que se ha producido desde 2010 hasta hoy no va a ser nada para lo que se espera en los próximos años. En Jerez, 3.500 hectáreas es el 35% de la superficie de viñedo. Mucho. Estamos ante una posibilidad real de desaparición, y es bastante lógico, porque esos vinos que ponderamos como 'joyas' salen a precio de mala bisutería. Y 3.500 hectáreas es casi la superficie total de viña en la provincia de Málaga. En la Axarquía, donde las vertiginosas pendientes de pizarra que sustentan la moscatel hacen imposible pensar en la modernización del cultivo (por ejemplo, la recogida mecánica que se practica en parte del viñedo jerezano), el casi nulo rendimiento económico hace que las nuevas generaciones pierdan la cultura de la viña y se pasen al tropical, que de momento ofrece mejores márgenes y, sobre todo, da menos trabajo. Pero ojo, ya hay evidencias de que la expansión incontrolada de aguacates y mangos puede comprometer los recursos hídricos y acelerar la desertificación de la comarca. El valor de determinadas actividades tradicionales en zonas rurales va mucho más allá de la riqueza económica. Es cultura, preservación del territorio, equilibrio social, autosuficiencia. Pero si no se le concede el valor que tiene, empezando por la remuneración y siguiendo por servicios y vertebración del territorio, terminaremos pagando un precio inasumible.
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