El aumento exponencial de los precios de la energía se está cobrando víctimas entre las pequeñas y medianas empresas de alimentación y hostelería. El pasado ... verano, España se enfrentaba a la temporada de ferias y fiestas pagando las bolsas de hielo a precio de destilado premium porque las fábricas habían tenido que suspender la producción que dedibaban a hacer stock. En panadería, muchos negocios se ven obligados a cerrar o a volver la mirada al horno de leña apagado durante décadas. Esta semana, Hostelería de España convocó un primer apagón de protesta en bares y restaurantes.
La subida de precios se refleja en tickets de compras y comidas en la calle, y en este contexto de inflación, el mercado inmobiliario anuncia un nuevo producto: las casas sin cocina. La arquitecta y profesora Carolyn Steel recordaba en su libro 'Ciudades hambrientas' que la cocina apareció como espacio en las casas urbanas a finales del siglo XIX. En la antigua Roma existía la comida para llevar, y la mayor parte de los habitantes pobres de grandes urbes del mundo dependen para su alimento diario de esos negocios, a menudo gestionados por personas tan pobres como ellos. En otro tiempo, disponer de cocina era un privilegio de ricos, y en breve volverá a serlo, pero para estudiosos como Steel esa no es la solución. En su segundo y no menos interesante libro, 'Sitopía', desmonta la idea de que prescindir de la cocina salga barato o sea sostenible. «Lo que haremos –advierte– es externalizar costes.
Puede que a priori nos cueste menos y sea cómodo no cocinar, pero pagaremos con impuestos la rentabilidad de las empresas productoras y transformadoras, contaminaremos más por el impacto de la producción intensiva, embalajes y transporte y tendremos acceso a menos variedad de alimentos y de peor calidad». Habría que pensar en volver a cocinar recuperando el sentido de la economía de nuestras abuelas.
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