Vivimos en un mundo tan urbano y sofisticado que es lógico que estimule el aprecio por lo natural como contrapunto. Sin embargo, provocadores como Ferran ... Adrià llevan años desafiando al público de sus conferencias a explicar qué tiene de natural un tomate. Incluso el ecológico cultivado al aire libre en temporada, recuerda, se parece poco al primigenio y diminuto frutillo silvestre que hoy encontraríamos incomestible. El tomate es solo uno entre miles de ejemplos de lo que la manipulación humana, movida por la observación, la inteligencia y la capacidad de transmitir conocimientos, ha hecho por la calidad y gustosidad de los alimentos. Lo que no implica que no debamos reflexionar acerca de los límites de esa manipulación y, sobre todo, acerca de la lógica, la sostenibilidad y el futuro de medios de producción intensivos destructores de ecosistemas, dilapidadores de recursos preciosos como el agua, la tierra y el aire, y causantes al final de injusticia social y pobreza. Precisamente como alternativa a eso están surgiendo, gracias a la tecnología y la inteligencia digital, experiencias de producción que propulsan prácticas ancestrales como la agricultura o la ganadería al terreno de la ciencia-ficción. Holanda, líder en investigación aplicada a la producción agroalimentaria, tiene en marcha experiencias asombrosas de granjas urbanas en azoteas de edificios o en plataformas flotantes que, gracias a la tecnología, logran un consumo mínimo de agua, prescinden de la tierra y ofrecen una producción abundante, ecológica y excelente de hortalizas o leche de vaca. Esas experiencias de momento no bastan para alimentar el planeta, ni tampoco amenazan la supervivencia de la agricultura tradicional, más dañada por las prácticas intensivas. Lo que puede que cueste vencer es la desconfianza hacia la idea de que en el futuro sea la tecnología la que nos alimente y no la naturaleza.
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