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El Málaga parecía que se iba a llevar el partido. Había superado la crisis de la remontada del Mirandés con el empate de Larrubia, y ... fue entonces cuando el equipo local parecía sin norte alguno. En una noche gélida, con las gradas medio vacías, parecía que el Mirandés no estaba a gusto, y sin embargo el Málaga iba a favor de la corriente.
La salida de Dioni y posteriormente Antoñito Cordero y de Lobete, cuando eran quienes tenían desquiciado a los burgaleses, dio un inesperado oxígeno a estos e hizo que encararan los últimos instantes del partido con un plus que ni ellos esperaban, y, normal, no desdeñaron el regalo postrero de los blanquiazules y en un último esfuerzo, Panichelli lograba, tras desquiciar a Galilea, un triunfo que nadie se esperaba entre los locales.
El Málaga pasó de poder ganar, de parecer que iba a ganar, a perder, y hacerlo por una serie de cambios en los que Pellicer (a quien hemos elogiado muchas veces en esta columna y lo seguiremos haciendo) no estuvo afortunado, o más bien los jugadores que salieron al terreno de juego. Fue una pésima gestión del tramo final, y ahí llegó una derrota que no parecía: nos adelantamos en el marcador, igualamos tras la remontada rival, y en pleno dominio nos vinimos abajo cuando la artillería pesada se fue al banquillo. En fin, fue una oportunidad perdida importante, porque, repito, no sólo se pudo empatar, sino también ganar. Fue un partido para cabrearse y mucho, especialmente por esos héroes hinchas malagueños que pese a la distancia y al frío, intenso, estaban allí animando a su equipo.
El Málaga pudo sumar tres puntos, lo hemos dicho, pero nunca apostó por esa victoria, no sé si por los cambios pero sí por el hecho de que desaparecieran los mejores jugadores malaguistas. Baturina no hizo nada, y Rahmani, definitivamente, está a años luz del que recordamos. Una pena, pero la cara de tonto que se nos quedó a quienes soñábamos con los tres puntos es de las que nos va a durar bastante tiempo. Derrota absurda tal como se planteó la cosa. Así fue.
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