La pelota tiene el don de aportar felicidad sin distinguir clases sociales, ni ideológicas, ni de edad. Tras el día de ayer, con un pleno ... en el Congreso para llorar, unos datos del coronavirus para salir corriendo y unas noticias de la caída de la economía que ni en las peores pesadillas, llegó el Málaga, el nuevo Málaga, hecho con jugadores de aquí y de allí, con chavales de la cantera, sin nombres brillantes ni rutilantes, y nos dio un chute de alegría e ilusión a miles y miles de malagueños, que miramos a los de La Rosaleda como un paño más que digno para recoger las muchas lágrimas de nuestra vida cotidiana.
El Málaga y el Sporting de Gijón ofrecieron un emocionante partido lleno de alternativas y muy divertido para cualquier espectador neutral, pero que seguro puso de los nervios a los hinchas locales y visitantes, porque los dos equipos buscaban con ahínco la victoria, sabedores de que cualquier racha positiva que tomes en esta categoría te puede catapultar a horizontes infinitos.
El Málaga hizo un gran primer tiempo, con Ramón y Rahmani en plan estelar, y una sobriedad defensiva que podía hacer pensar que el quinteto zaguero lleva toda la vida jugando juntos, cuando ya se sabe que para nada. Atrás, además, el liderazgo de Escassi, y un Juande que fue clave en el partido en la jugada que inició, construyó y remató para una victoria muy importante que se supo guardar con esfuerzo y sufrimiento en el segundo tiempo, cuando los asturianos apretaron, y de qué manera, el acelerador. Pero los de Pellicer, al igual que en Zaragoza, supieron controlar los tiempos de manera acertada y con mucho estilo. Eso sí, si el tremendo error de Benkhemassa nos hubiese hecho falta (falló un gol clarísimo en el minuto 93), más de uno se hubiera acordado de Napoleón y sus tropas francesas, pero no hizo falta, afortunadamente. Y ahí estamos, ya con 13 puntos. Ni los más optimistas. Fue un final feliz para otro día nefasto en este infumable 2020.
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